4 diciembre | Adolescentes
«De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los tiempos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.» Hebreos 9: 26
Imagina que vives en los tiempos del Antiguo Testamento, donde cada error o pecado requería el sacrificio de un animalito de tu rebaño. Tenías que elegir un animal querido, llevarlo al templo y sacrificarlo como forma de pago por tu error. ¡Oh no! Pero sí, esa era la manera de buscar perdón y limpieza de los pecados: un proceso doloroso y que ocurría todos los días, ya que nunca parecía suficiente.
Cuando Jesús vino al mundo, trajo un cambio revolucionario a ese sistema. Conforme lo explicado en Hebreos 9: 24-28, Jesús se convirtió en el sacrificio final y perfecto por todos nuestros pecados, de una vez por todas. Al ofrecer Su propia vida en la cruz, Jesús pagó el precio por cada error, cada falla, cada pensamiento malo, en fin, por cada pecado que cometemos. Lo hizo no solo por los pecados de un día, un año o una generación, sino por todos los pecados de la humanidad, durante todas las épocas. Solo el sacrificio de Jesús tendría tanto poder, sólo Él podría vencer definitivamente al pecado.
En Acción:
Toma una calculadora y piensa en cuántos pecados cometes por día. Difícil, ¿verdad? Digamos 10, 20, 30. Multiplica ese número por 365, que representarían los días del año. Ahora, multiplica ese total por el número de años que tienes. Esa podría ser la cantidad de pecados acumulados en tu vida. Sorprendente, ¿no? Pero aquí viene la buena noticia: al aceptar a Jesús, Él puede borrar todos esos pecados, sin importar cuán grande sea el número de ellos. Así de poderoso y abarcante es el sacrificio de Jesús por nosotros.