4 enero | Jóvenes
«Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Gén. 2: 24).
El rape (o Lophius) es un pez de agua salada que habita a unos trescientos metros de profundidad. En el planeta existen 168 especies conocidas de este pez, todas muy exóticas, con una cabeza grande y un cuerpo aplanado. La hembra puede llegar a ser sesenta veces más grande que el macho, que, a su vez, es mucho más delicado. Cuando alcanza la edad adulta, el macho desarrolla algunos problemas digestivos que le impiden alimentarse por sí mismo. Entonces, utiliza sus pequeños dientes para unirse literalmente a la hembra, extrayendo de ella los nutrientes necesarios para sobrevivir. Así, ambos se fusionan y se convierten en «un solo pez», formando una unión que perdura hasta la muerte.
Reconozco que esta ilustración no es atractiva, pero ilustra vagamente el concepto de unión entre un hombre y una mujer presentado en Génesis 2: 24. Esta unión se efectúa en el acto sexual, que es el pegamento inquebrantable de la relación conyugal. Sobre esta alianza, el apóstol Pablo comenta: «¿No sabéis que el que se une a una ramera es un solo cuerpo con ella? Porque dice: “Serán los dos una sola carne”» (1 Cor. 6: 16).
Cuando un hombre y una mujer tienen relaciones sexuales, se libera en el torrente sanguíneo una hormona llamada oxitocina. Esta hormona está asociada con nuestra capacidad para mantener relaciones interpersonales y lazos de amor. La oxitocina también está relacionada con el vínculo afectivo entre madre e hijo durante el parto y la lactancia.
En Génesis 2: 24, se observa que el verbo ‘unir’ proviene de la palabra hebrea davaq, que significa «adherir» o «pegar». Dios instituyó el acto sexual dentro del matrimonio para fomentar la unión entre esposo y esposa. Por supuesto, esto no solo implica componentes físicos y químicos, sino que también abarca aspectos emocionales y espirituales. Es una alianza sagrada que no debe romperse ni banalizarse, como advierte el séptimo mandamiento: «No cometerás adulterio» (Éxo. 20: 14).
Por lo tanto, conserva tu intimidad para el momento adecuado, con la persona adecuada. Es mejor unirte con el «pez» que el Señor ha pescado para ti que andar «nadando» en busca de otros «peces». Y si enfrentas dificultades en el matrimonio, lucha por él. Después de todo, lo que Dios «pegó» nadie en el mundo debe separarlo.