8 enero | Jóvenes

Símbolo de entrega

«Ellos entregaron a Jacob todos los dioses ajenos que tenían en su poder y los zarcillos que llevaban en sus orejas» (Gén. 35: 4).

La madre de Magnolia era cristiana, pero nunca había leído en la Biblia cómo consagrarse a Dios en las diferentes áreas de la vida ni cómo expresar externamente su gratitud hacia él. Un día, fue a la iglesia antes del culto. Se arrodilló ante el altar y unió las manos en oración. Se sintió entonces en la presencia de Dios. Luego, miró sus propias manos y, decepcionada consigo misma, decidió que, de ahora en adelante, ya no usaría esos anillos ni se pintaría las uñas de rojo. A menos que la Biblia estuviera equivocada, ella no fue la única en hacerlo, ni la primera.

Los israelitas que salieron de Egipto en la época de Moisés, ya bien adaptados a esa cultura pagana, tuvieron que volver a aprender a ser libres y actuar como la nación elegida por Dios. Surgió entonces el desafío de la reconsagración. Habían salido de Egipto, pero ahora Egipto tenía que salir de ellos. Dios quería guiarlos de la misma manera como lo hizo con Jacob cuando regresó a casa después de una larga peregrinación. «Vinieron tanto hombres como mujeres, todos de corazón generoso, y trajeron cadenas, zarcillos, anillos, brazaletes y toda clase de joyas de oro; todos presentaban una ofrenda de oro a Jehová» (Éxo. 35: 22).

Como cristiano, descubrirás que ninguna entrega es completa: ni la de oro, ni la de plata, ni la del corazón. Dios lo sabe. ¿Y qué? Dios te ama. Él sabe cuánto has crecido desde que dejaste Egipto. También sabe cuánto tu corazón, en cierta medida, todavía permanece allí, a pesar de todo. Independientemente de eso, cada pequeña entrega que haces para él tiene valor.

Obviamente, el valor no está en la cosa en sí, ya que nuestros regalos no pueden enriquecer más a Aquel que ya es dueño del universo. El valor está en el significado, en el símbolo. Es como la monedita ofrecida por la viuda pobre; como la fe manifestada por Abraham y la actitud de Jacob; aunque imperfectas, nos inspiran a poner en el altar del Señor lo que tenemos y lo que somos.

No importa cuánto te cuestionen o critiquen en relación con tu forma específica de amar a Dios. Este amor frágil y vacilante te llevará a una experiencia diferenciada en tu relación con él. Esto no aumentará tu mérito ante el Cielo, pero agudizará tu sensibilidad a la voz de Dios. Al escuchar hoy esa voz, decide dar al Señor lo que él pide. Es así como él bendecirá a otros mientras te bendice a ti.