9 enero | Jóvenes
«Raquel era de lindo semblante y hermoso parecer. Jacob amó a Raquel» (Gén. 29: 17-18).
Amar es diferente a gustar. Gustar tiene que ver con afinidad. Amar, con altruismo. Gustar requiere intercambio, reciprocidad. Amar implica entrega abnegada, autosacrificio. Gustar normalmente es una actitud inclinada al placer, la satisfacción. Amar es colocar el bienestar del otro sobre la autogratificación. Por eso, el amor se concentra en lo que es duradero o eterno; gustar, en lo que es inmediato, pasajero. Lo queramos o no, estas dos necesidades están en nosotros. El modo en el que las suplimos es lo que marca la diferencia.
En una relación romántica o en una amistad común y corriente, gustar es tan importante como amar. Por lo tanto, si se combinan, amar y gustar pueden, juntos, contribuir a una vida de realizaciones y felicidad superior al promedio.
Las personas ambiciosas podrán intentar tener ambas cosas. Las personas comunes, sin embargo, se contentarán con tener tan solo una de ellas. Pero ¿qué hacer cuando no se alcanza el «equilibrio perfecto»? Y cuál es el consejo del Señor sobre esto? La respuesta bíblica es simple, pero desafiante: vive y disfruta la alegría del presente sin olvidar la promesa del mañana. En otras palabras, gusta sin dejar de amar y sigue amando, incluso si no te gusta. Es a partir de este razonamiento como surge la extraña necesidad de amar a los enemigos, es decir, hacer y desear el bien incluso a aquellos que son malvados y/o nos tratan mal. Por lo tanto, Jesús aconsejó a sus discípulos no mostrar antipatía ni perseguir a los infieles, a pesar de los errores y defectos que puedan tener (ver Luc. 9: 51-56).
La Biblia no habla mucho acerca de un «gustar cristiano», pero constantemente presenta el ideal del «amor cristiano». Este amor no consiste en poner a otros en primer lugar o por encima de nosotros mismos, sino en someter nuestro ego a la voluntad y el poder de un Dios que ama más que nadie y como nadie. El corazón de quien recibe la gracia divina rebosa de amor hacia Dios y hacia aquellos por quienes Cristo murió. El yo de quien ama con «amor cristiano» no lucha por ser reconocido. No ama a otros porque lo aman o complacen, ni por apreciar sus méritos, sino porque fueron redimidos por Cristo. Como lo describe Elena G. White al comentar la historia del hijo pródigo (Palabras de vida del gran Maestro, pág. 165-166), el amor [cristiano] se manifiesta en amabilidad, cortesía, clemencia y paciencia. Esta es la diferencia entre gustar y amar. ¿Te gustaría pedir al hoy Señor que te enseñe a amar de verdad? Dios no solo amará escuchar eso de ti, seguro que también le gusta muchísimo.