12 abril | Jóvenes

El hijo pródigio y el hijo prodigio

«Entonces se enojó y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrara» (Luc. 15: 28). 

La parábola del hijo pródigo (Luc. 15: 11-32) se puede dividir en dos partes, con la segunda comenzando en el versículo 25, cuando entra en escena el hijo mayor. Sin embargo, aunque de manera discreta, ya aparece en la narrativa desde el principio. La Biblia afirma que el padre «repartió sus bienes entre ellos» (vers. 12), lo que sugiere que el primogénito también recibió parte de la herencia, siendo negligente al no defender la causa de su padre.

Me gusta llamar al hijo mayor «prodigio» porque era un joven irreprochable. Nunca se había «ido» de su casa. Nunca había desobedecido a sus padres. Nunca había quebrantado ningún mandamiento. Al contrario, siempre había sido «perfecto» en todo. Entonces, ¿cuál era su problema? Aparentemente ninguno. Su carácter solo se reveló cuando el padre desbordó en misericordia hacia su hermano menor, al recibirlo de vuelta en casa.

Lo que vemos a continuación es una paradoja. El hijo pródigo está dentro de la casa y el hijo prodigio está fuera de su hogar, molesto, inconforme y perdido. El padre, que había salido a buscar al hijo menor, ahora se encuentra fuera de la casa, tratando de reconciliar nuevamente a su familia. Este cuadro ilustra el gran amor que Dios tiene por nosotros y su paciencia para rescatar a los hijos problemáticos.

En la iglesia, tenemos pródigos y prodigios. Los prodigios raramente se dan cuenta de su situación. Conforme a su propia visión de las cosas, ya están en la casa del Padre, trabajando durante años como «siervos» (vers. 29) y, por lo tanto, son merecedores de honores. Sin embargo, al igual que el hijo mayor de la historia, solo quieren los regalos paternos: el anillo, la ropa y el becerro engordado.

Tal vez seas ese joven perdido en la iglesia, amargado al ver fiestas cuando los pecadores se arrepienten. Sin embargo, ten en cuenta que es mejor estar oliendo a cerdos en los brazos de Dios que permanecer perfumado en la iglesia pero realmente lejos del Padre. ¡Dios quiere salvarte al igual que desea salvar a los hijos pródigos! Con un brazo, el Señor abraza al que está lejos, y con el otro, abraza al que está cerca.

Recuerda que, dentro o fuera de la iglesia, tú y yo somos pecadores que necesitamos desesperadamente la gracia de Cristo, ¡todos los días!