14 abril | Jóvenes

Una navidad sin glamur

«En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Juan 1: 4). 

Dicen que París es la ciudad de las luces. En la Navidad en que la visité, pude comprobar el porqué. En toda mi vida, he visto pocos espectáculos tan hermosos como el de esas calles iluminadas alrededor del Arco de Triunfo. La Torre Eiffel, tan criticada por su fealdad en la época en que fue construida, me pareció, con justicia, una de las siete maravillas del mundo, tal vez la más hermosa.

Cuando pienso en las atracciones, novedades y fiestas de confraternización de fin de año, vienen a mi mente muchos otros lugares que me gustaría conocer. Pero cuando pienso en el verdadero significado de la Navidad, entiendo que el mejor paquete turístico sería aquel que me lleve directo a Belén.

Allí, en una noche y un lugar sin glamor, presenciaría la celebración más espectacular: un coro de ángeles cuyas voces nunca olvidaría. También a un grupo de extranjeros que, como yo, habría viajado miles de kilómetros hasta llegar a Belén, y que no aceptaría regresar a casa antes de sentir que el viaje había valido la pena. Encontraría personas aprensivas, como José, preocupadas por el futuro de la familia, y casi incapaces de disfrutar el momento presente.

Personas indiferentes a las necesidades ajenas, entorpecidas por las endorfinas del placer generado por el ambiente iluminado, acogedor y repleto de alimentos especialmente sabrosos. Tal vez me toparía también con personas distinguidas, con ropa cara y bonita, mucha salud y dinero, mucho poder y fama acompañados del firme propósito de destacarse todo el tiempo, hasta el apagado de las luces. ¡Seguramente me llevaría muchas sorpresas en Belén!

En París, mi Navidad fue eclipsada por la sensación de estar lejos de algunos de mis seres queridos, a pesar de la proximidad de otros. La distancia y la frialdad son experiencias similares y dolorosas. En esa Navidad no nevó, pero casi me congelo. El frío de dos grados bajo cero durante el día, en ese diciembre, no se asemeja en nada al calor del amor de Dios demostrado en la noche en que Jesús vino al mundo como un bebé. Cumpliendo antiguas profecías, los magos le tributaron ofrendas reales. Me pregunto: ¿Qué ofreceré yo a Jesús en esta Navidad?

Tengo la sensación de que, aunque no sea el homenajeado, sería yo el que saldría ganando. De hecho, en ese día festivo, toda la humanidad recibió el mejor de todos los regalos: ¡Jesús! Me alegra saber que un día él nació allá en Belén, pero ¿qué será de mi Navidad si él no nace hoy, de nuevo, también aquí en mi corazón?