17 abril | Jóvenes

Gloria ¿de quién?

«Gloria de los hombres no recibo» (Juan 5: 41). 

Hace un tiempo, vi un vídeo de una chica que cantaba muy bien. En su apariencia no había nada especial: ropa común, peinado sencillo y unas gafas en el rostro. Luego, comenzó a cantar una canción de una de mis cantantes favoritas, Betty Souza. La chica desplegó su voz de una manera que incluso Betty se habría quedado asombrada. ¡Qué hermoso fue! Y podría haber terminado ahí. Sin embargo, antes de concluir, decidió dejar un extraño mensaje: «Mengana, dijiste que no sabía cantar. ¡Mira esto!». El mensaje estaba claro. Quien se quedó asombrado fui yo.

Los cantantes y artistas a menudo tienen fama de ser arrogantes. No creo que lo sean en su mayoría, pero sucede. Esto empeoró mucho después de la llegada de Internet, YouTube y las redes sociales. No es inmoral aprovechar tu propio talento, pero ¿es siempre legítimo hacerlo? Tomemos a Jesús como referencia. ¿Cómo usaba él los «poderes» que tenía? ¿Para autopromocionarse, o para ayudar y bendecir a los demás? Al usar los talentos que tienes, debes decidir quién estará en el centro: si el ser humano o el Ser divino.

En este sentido, hay dos extremos que conviene evitar: la autoexaltación y la inhibición. Cristo nos enseñó la manera correcta de brillar para Dios (ver Mat. 5: 3-16). Nos mostró que debemos prestar atención tanto a individuos como a multitudes, como lo hizo con Zaqueo, María Magdalena, la mujer samaritana y otros. También nos enseñó cómo lidiar con grupos más grandes, como los que escuchaban el Sermón del Monte y los que se beneficiaron de la multiplicación de los panes. Él nos muestra cómo actuar frente al anonimato y a la popularidad, frente a críticas feroces y a elogios desmedidos. Jesús no se dejaba llevar por lo que decían las personas, sino que era guiado por un sentido de misión.

Nosotros, en cambio, tendemos a experimentar un conflicto interior cuando trabajamos en beneficio de los demás. En principio, no nos gusta sembrar para que otros cosechen, ni aceptamos ser menospreciados o ignorados por los demás. Nuestro ego no lo permite. Ser firme y altruista como Jesús es la única forma de convertirnos en verdaderos cristianos. Por lo tanto, no aceptes provocaciones de nadie. No cedas a la presión externa. No pierdas de vista a Jesús. Él es el único Camino. Todos los demás son atajos. Avanza con fe. Si mantienes el foco en lo que verdaderamente importa, el Señor te recompensará.