11 enero | Jóvenes
«Al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto» (Éxo. 22: 21).
Los movimientos de personas que abandonan su lugar de origen y se dirigen a otro lugar del mundo en busca de refugio han sido llamados últimamente transmigración. Estos desplazamientos ya no son únicamente de salida o entrada; indican movilidad en múltiples direcciones. En otras palabras, en todos los lugares y circunstancias existen seres humanos desplazados del lugar en que nacieron o crecieron. Siempre hay extranjeros peregrinando lejos de casa.
En dos ocasiones, yo viví esta realidad de cerca. La primera experiencia fue con inmigrantes haitianos. La mayoría se desplazó a Brasil debido al grave terremoto que sacudió a Haití en el año 2010. La segunda experiencia fue con inmigrantes venezolanos en el estado de Roraima (Brasil). Esta oleada migratoria fue motivada especialmente por la crisis económica y política que vive Venezuela.
En ambos casos, hay una conclusión evidente: el extranjero necesita apoyo y generosidad de las personas. Muchos viajaban a pie durante largos días, cargando niños en brazos, con poca ropa, escasez de agua y casi ningún alimento. Otros tenían la ilusión de que el país que los acogería sería un paraíso y que las cosas resultarían más fáciles. La realidad es que encontraron falta de oportunidades de empleo y muchas dificultades para sobrevivir.
¿Cuántas veces mi corazón sangró al ver niños en la calle, sin comida, ropa ni refugio? En esos momentos, un pedido gritaba en mi pecho: ¡Vuelve pronto, Jesús! El sufrimiento del mundo es insostenible.
En la Biblia, la orientación de Dios es clara sobre la necesidad de que los residentes amparen y auxilien al peregrino. Si esto no es posible por alguna razón, lo mínimo que cabe hacer es no afligirlos ni molestarlos.
La preocupación bíblica por el extranjero aún resuena fuertemente hoy. Es fundamental que nuestros ojos estén concentrados en las necesidades de quienes se hallan lejos de casa y, por lo tanto, son vulnerables y necesitan ayuda en muchos sentidos. El extranjero en la Biblia es un recordatorio de que necesitamos amar a las personas no solo con palabras, sino sobre todo con hechos.