21 abril | Jóvenes
«Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra» (2 Crón. 7: 14).
Ese fue el día más feliz para Salomón. Probablemente haya sido el más importante en la historia del pueblo judío. Era la inauguración del templo. El rey ofreció una oración que se considera una de las más hermosas y completas de la Biblia. Al final, el rey de Israel invitó al Rey del universo a habitar en medio de su pueblo. Una hermosa oración humana que recibió una tremenda respuesta divina. Esta poderosa súplica no concluye con un simple «Amén», sino con fuego.
En medio de la respuesta de Dios a la oración de Salomón, aparece el versículo de hoy que revela el secreto para el reavivamiento del pueblo de Dios en cualquier época. ¿Qué pide Dios? Humillarse. Orar. Buscar. Arrepentirse. Cuatro verbos humanos seguidos por tres bendiciones divinas: escuchar, perdonar, sanar. Dios escucha cuando nos humillamos ante él. Perdona cuando nos humillamos ante él. Sana cuando nos humillamos ante él.
Humillarse ante Dios es reconocer nuestra pobreza espiritual. Jesús dijo que hay ciertas condiciones para recibir plenamente las bendiciones del reino de Dios. La primera es ser pobre de espíritu (ver Mat. 5: 3). Desde el punto de vista espiritual, no tenemos nada. Necesitamos ser conscientes de nuestras flaquezas y reconocer que somos débiles. Así es como el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad.
La palabra ‘humillar’ proviene del hebreo kana y significa «arrodillarse». Tal vez este gesto sea el más representativo de la humildad. El pecador no arrepentido es demasiado orgulloso para orar. La oración es sumisión, dependencia, rendición. El orgullo no tolera estas cosas. En la oración, renunciamos a la idea de que somos algo. Solo los humildes oran de verdad.
¿No crees que estamos viviendo en una situación en la que necesitamos humillarnos ante el Todopoderoso? Si somos humildes, permitiremos que Dios sea Dios en nuestra vida. Si lo permitimos, dará inicio a una relación real con él. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros!