22 abril | Jóvenes
«Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13: 1).
Amar poco es una forma de evitar el sufrimiento. Cerrarse al amor es otra. El amor duele, y solo quienes han amado de verdad saben lo que eso significa. El amor y el sufrimiento no necesariamente van de la mano, pero en esta vida a menudo sí. Esto se debe a que las personas imperfectas dudan, retroceden, decepcionan, engañan, dejan de corresponder, se rinden y se van. Así somos. Fallamos, desconfiamos, ponemos a los demás en segundo plano, hacemos cosas con segundas intenciones. Y, debido a la falta de altruismo, perseverancia y abnegación, dejamos de vivir de acuerdo con lo que creemos. Entonces cambiamos el pan por las migajas. Aceptamos caricias carentes de afecto o compromiso. Sonreímos ante elogios superficiales. Ignoramos los límites. Nos convertimos en presa fácil de todo tipo de aprovechados.
Jesús vino para ayudarnos a resolver estos problemas. Él nos enseñó que el verdadero amor redime, sana, salva, cuida, transforma y restaura. Amó a las personas imperfectas con las que convivió. Entre sus seres queridos los había de carácter variado: impacientes, callados, cobardes, mandones, obstinados, graciosos, arrogantes, manipuladores, desconfiados, chismosos, traicioneros... Una larga lista de personalidades que podría incluir a cualquiera de nosotros. Amarlos marcó la diferencia.
En una mañana de domingo, Silas, un niño del vecindario, estaba triste. Su hermano había ido a trabajar con su padre. Salieron temprano rumbo a otra ciudad para cargar ladrillos en un camión. Silas lamentó no haber sido el elegido. Movido por la curiosidad, le pregunté por qué. Yo suponía que lo lógico era que se sintiera feliz por librarse de un domingo de trabajo duro y pensé que estaba triste porque se sentía inferior a su hermano. Su respuesta me sorprendió: «Si hubiera ido, habría pasado más tiempo con mi padre». Ese niño de once años, hijo de un padre analfabeto que hacía trabajos temporales para sobrevivir, me enseñó que la compañía de las personas imperfectas a las que amamos importa más que las dificultades que podamos enfrentar juntos.
Jesús era resiliente, perseverante y valiente. Amó en las peores circunstancias y llegó hasta el final. Por esta razón, la Biblia lo presenta como el campeón del amor. Es capaz de amar incluso a personas llenas de errores como tú y yo. ¿Te gustaría que él despertase hoy en ti el deseo de amar de la misma manera increíble y poderosa que nos enseñó?