28 abril | Jóvenes
«Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Juan 17: 21).
Cuenta la historia que un rey quería conquistar dos ciudades. Una tenía ochenta mil habitantes y la otra, cuarenta mil. El rey llamó a su sabio consejero y le preguntó: «¿Cuántos soldados debo enviar para destruir cada una de las ciudades?». El sabio respondió: «No puedo dar esa respuesta ahora. Necesito quince días de plazo. Solo entonces tendré la respuesta». El rey no tuvo otra alternativa que esperar.
Pasados los quince días, el sabio se presentó nuevamente al rey y dijo: «Mi rey, para la ciudad de ochenta mil habitantes, deberá enviar veinte mil soldados. Para la ciudad de cuarenta mil habitantes, deberá enviar sesenta mil soldados». El rey quedó sorprendido. «¿Cómo puede ser?», dijo él, «¿debo llevar el triple de soldados para combatir contra la ciudad más pequeña?». El sabio dibujó una leve sonrisa y replicó: «Confíe en mí, majestad. Lo entenderá después».
El ejército fue enviado y no tardó mucho en conquistar la ciudad de ochenta mil habitantes. La victoria fue rápida y con pocas bajas. Luego, el rey envió las tropas a la ciudad de cuarenta mil habitantes. Esta fue la batalla más sangrienta del reino. Muchos soldados murieron y, por poco, el ejército no perdió la guerra.
Después de regresar a casa, el rey finalmente llamó al sabio y le dijo: «Necesito que me expliques lo que sucedió». El sabio miró al soberano y respondió: «¿Recuerda que pedí quince días de plazo? En ese período, visité las dos ciudades, pasando una semana en cada localidad. En la ciudad de ochenta mil habitantes, noté que la gente estaba desunida y las familias, desajustadas. Imaginé que esa ciudad sería fácilmente conquistada. En cambio, en la ciudad más pequeña, vi que las personas estaban unidas, y las autoridades eran responsables y leales. Por eso vi lo difícil que sería conquistarla. Esta es la razón por la cual sugerí llevar el doble de soldados». El rey quedó extremadamente feliz y honró al sabio con muchos presentes. Entendió que hay fuerza y sabiduría en la unión.
En sus palabras de despedida, Jesús invitó a los discípulos a estar unidos con Dios y entre ellos. Esta fue la estrategia divina para conmover al mundo con el evangelio. La pregunta que resta para nosotros hoy es: ¿Estamos suficientemente unidos en el mismo amor y en el mismo ideal?