1 mayo | Jóvenes
«No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Rom. 12: 2).
En el libro Atrévete a pedir más, la autora presenta una interesante aplicación espiritual basada en la historia del río Luapula, ubicado en Zambia. El término luapula significa «cortar a través». El río recibió este nombre porque atraviesa tres lagos y corta varias montañas y valles antes de llegar finalmente al océano. Lo que hace a este río tan singular es que no cambia de velocidad ni sus aguas se mezclan con las de los lagos por los que pasa. El río mantiene su propia identidad. Los pescadores dicen que hay diferencia entre los peces de los lagos y los peces del río. También informan que el agua de los lagos y la del río tienen un sabor diferente.
Así como el río Luapula, debemos mantener nuestra identidad espiritual en nuestro caminar hacia el cielo. Al atravesar las montañas y valles de los problemas y tentaciones, es necesario preservar nuestra esencia, sin diluirnos ni adaptarnos a los estándares del mundo. Recuerda que, aunque estemos en el mundo, no somos del mundo. Nuestras palabras, gustos y estilo de vida están guiados por un «así dice el Señor», no por la cultura que nos rodea.
Dios quiere que seamos sal de la tierra y luz del mundo, lo que implica involucrarnos con las personas. Pero la pregunta fundamental es: ¿Quién está influenciando a quién? ¿Las filosofías y costumbres mundanas se han mezclado con nuestras «aguas»?
Me gusta el ejemplo de José. Cuando fue vendido como esclavo por sus propios hermanos y llegó a Egipto, permaneció diez años en la casa de Potifar. A pesar de estar expuesto a tentaciones de todo tipo y al paganismo de esa gente, conservó su pureza y fidelidad a Dios, ignorando las ofertas del pecado a su alrededor.
José no se adaptó a los estándares de la cultura dominante porque su identidad estaba marcada por la huella del Creador. ¿Cuál era su secreto? La Biblia responde: «Rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente»; «su arco se mantuvo firme [...] por las manos del Fuerte de Jacob, por el nombre del Pastor, la Roca de Israel»(Gén. 49: 22, 24).
Tú y yo solo seremos capaces de atravesar indemnes por las aguas impuras de este mundo si, al igual que José, permanecemos firmes en los brazos de nuestro Dios.