13 enero | Jóvenes

Lección de la acacia

«Harán también un arca de madera de acacia, cuya longitud será de dos codos y medio, su anchura de codo y medio, y su altura de codo y medio» (Éxo. 25: 10). 

El arca del pacto, único mueble presente en la habitación más sagrada del santuario, que almacenaba las tablas de los Diez Mandamientos, la vasija con el maná y la vara de Aarón, fue hecha de madera de acacia. Tanto el arca como las varas de madera utilizadas para transportarla fueron elaboradas con este material y cubiertas de oro. Pero ¿por qué madera de acacia?

Esta peculiaridad llama la atención, ya que la acacia es un arbusto o árbol feo, retorcido, espinoso, lleno de nudos, que crece en los lugares más áridos del desierto. A los ojos humanos, esa madera no servía para nada. ¡Ni siquiera los insectos la deseaban! Después de todo, el árbol deposita en su núcleo sustancias no deseadas para los depredadores, haciéndola densa y difícil de penetrar.

¿Por qué Dios no le ordenó a Moisés que hiciera el arca con un material más fino y robusto, como madera noble o pino? ¿Por qué no usar el cedro del Líbano, la caoba o el jatobá para guardar sus Testimonios y revelar la Shekiná?

Por ser una planta capaz de sobrevivir en los lugares más áridos del desierto, Dios sabía que la acacia era muy resistente. Solo esta madera dura, capaz de soportar situaciones extremadamente adversas, sería capaz de aguantar la vida nómada del pueblo de Israel. A lo largo de los siglos, el arca resistió guerras, tormentas de arena, el ardiente sol del día y el frío intenso de la noche. Dios sabía que si el arca hubiese sido hecha de otra madera más noble, no resistiría todas las pruebas que debería enfrentar.

En la vida, para cumplir ciertas funciones, Dios elige personas que son como la madera de acacia: resistentes a las tormentas y que no se doblan ante las adversidades. A los ojos humanos, pueden no tener tanto valor porque no poseen belleza exterior ni estatus social. Sin embargo, Dios ve en ellas un corazón voluntario, valiente y resistente a los ataques del mal.

Recuerda que la apariencia, la posición y el título no tienen valor ante Dios. Para guardar su testimonio y revelar su gloria, él elige personas comunes como tú y yo, llenas de espinas y nudos, pero dispuestas a ser utilizadas por él.