10 mayo | Jóvenes
«De estas cosas hablamos, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu» (1 Cor. 2: 13).
Desde que emigró a Europa, Juan enfrentó muchos desafíos lejos de su familia y amigos. En más de diez años en ese lugar, aprendió tres nuevos idiomas, se graduó en la universidad y se profesionalizó, pero... perdió la fe. Viviendo en un país secularizado y agnóstico, comenzó a dudar de Dios y de su Palabra. La iglesia no supo cómo tratar con él. Después de que la abandonó, nadie lo llamó, lo visitó ni lo invitó a regresar.
Cuando yo lo conocí, nos hicimos amigos y pasamos tiempo juntos. Me encontré con una mente inquisitiva en busca de respuestas. Resistí la tentación de dar explicaciones racionales e inmediatas a sus inquietudes. Solo quería que supiera que Dios lo amaba incondicionalmente. Conocía las objeciones de mi amigo y confiaba en que el Espíritu Santo no solo podría convencerlo, sino también convertirlo nuevamente a Cristo. Varias veces oré a Dios y le pedí que ablandara el corazón de Juan.
Poco después, un grupo de misioneros de la Universidad Adventista de Sâo Paulo, en Brasil, viajó a su ciudad para una campaña evangelística. Juan se ofreció como guía turístico e intérprete voluntario y participó en la serie de conferencias. Esa misma semana, recibió por correo una lección de la escuela sabática enviada desde Brasil por un amigo. Dios le habló al corazón. Entre lágrimas, decidió regresar a los caminos del Señor.
Así como él, hay muchas personas por ahí con «buenas razones» para abandonar la iglesia. Se trata de hermanos que notan lo superficiales que son algunos cristianos y lo falibles que son algunos líderes. Parecen buscar perfección, coherencia y respuestas convincentes, pero lo único que realmente necesitan es amor genuino y un poco de comprensión. Cuando encuentran eso, sus vidas empiezan a cambiar. Dios y su Palabra hacen que todo lo demás suceda.
Hoy, si lo deseas, puedes pedir a Dios que te haga sensible y maduro para ayudar a personas como Juan. También puedes pedir al Señor que te capacite para perdonar a aquellos que en la iglesia te han decepcionado y fallado. Dios puede desbloquear tu vida, renovar tus fuerzas (ver Isa. 40: 31) y hacerte cabalgar «sobre las alturas de la tierra» (58: 14). Como en el caso de Juan, tu historia puede tener un final feliz.