11 mayo | Jóvenes

El abrazo más grande del mundo

«Aunque mi padre y mi madre me dejen, con todo, Jehová me recogerá» (Sal. 27: 10). 

Él estaba triste, con la cabeza gacha, mientras lágrimas caían por su rostro, empapando su ropa. Con la voz entrecortada, ese joven solo pronunció una frase: «Pastor, mis padres me abandonaron». En ese momento, sentí que las palabras humanas serían insuficientes para consolarlo. Solo me quedó abrazarlo y, después de unos segundos, citar Isaías 49: 15, que dice: «¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? ¡Aunque ella lo olvide, yo nunca me olvidaré de ti!». Percibí que las palabras de Dios acariciaron su corazón y, de alguna manera, lo sostuvieron.

La vida deja huellas profundas en todos nosotros. Quizá estés sufriendo ahora debido a un problema relacionado con tu cuerpo. Tal vez tu lucha sea tener que cargar con el remordimiento de haber sufrido en la infancia abusos de alguien de tu propia familia. Quién sabe, podrías llevar en el alma las cicatrices de un aborto, violación o abandono, que desfiguran tu alegría de vivir. Jesús conoce tus dolores y sabe lo que estás pasando. Él también ha sufrido y ha sido objeto de desprecio. La Biblia lo llama «Varón de dolores», alguien «acostumbrado al sufrimiento» (Isa. 53: 3).

Mientras colgaba en la cruz, en medio de la angustia y el dolor, Cristo abrió los brazos para abrazar a todos aquellos que son marginados por el pecado. Cada lágrima que derramamos es recogida por Dios en su redoma, aumentando los ríos y la marea de su gracia (ver Sal. 56: 8). El corazón del Padre aún se conmueve al ver a sus hijos sufriendo. Entonces, ¡no desesperes! Confía en el Señor y deposita en sus manos tus angustias personales.

Elena G. White reproduce de manera sublime las amorosas palabras de Jesús: «He soportado vuestras tristezas, experimentado vuestras luchas, y hecho frente a vuestras tentaciones. Conozco los pesares demasiado hondos para ser susurrados a ningún oído humano. No penséis que estáis solitarios y desamparados. Aunque en la tierra vuestro dolor no toque cuerda sensible alguna en ningún corazón, miradme a mí, y vivid» (Exaltad a Jesús, pág. 199).

Si hoy sufres abandono, te invito a mirar a Jesús. De él recibirás paz, alivio y el abrazo más grande del mundo.