13 mayo | Jóvenes

Un gran precio

«Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: “¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?”» (Sal. 8: 3-4). 

El enemigo se disfraza de muchas maneras. Con frecuencia, la tentación se esconde detrás de la necesidad de demostrar nuestro valor. Nuestro mayor oponente es el corazón engañoso que cargamos. Por eso, solo podemos vernos tal como somos cuando nos miramos a través de los ojos del Eterno. Solo en Dios podemos encontrar nuestra verdadera identidad y valor como personas. El enemigo quiere que dudemos de lo que Dios dice, pero es la revelación divina la que nos define.

El pastor y escritor Ron Mehl solía decir que la suma de los elementos que existen en el cuerpo humano no vale mucho. Según él, nuestro organismo tiene suficiente calcio para pintar una jaula, potasio para encender un mechero, azufre para quitarle las pulgas a un perro, grasa para producir una pastilla de jabón, fósforo para hacer tres cerillas, hierro para formar un clavo, y gas para inflar un globo. Además de estos elementos, tenemos una mayor cantidad de agua en el cuerpo. Si sumáramos el valor de todo eso, descubriríamos que no valdríamos más que una lata de refresco. Pero ¿es ese realmente nuestro valor?

No. Nuestro valor no se basa en las sustancias de nuestro cuerpo, nuestra apariencia física, nuestra inteligencia ni nuestra profesión. El valor de nuestra vida se debe a Dios. El hecho de que pertenezcamos a él, por creación y redención, nos otorga un sentido de valor y significado incomparables. ¡Fuiste creado por el Autor de la vida! ¿Sabes lo que eso significa? Y por si eso fuera poco, fuiste redimido por el propio Hijo de Dios, quien pagó un precio inestimable por tu redención. Asombroso, ¿verdad?

En el gran coro del universo, Dios reconoce tu voz. El salmista nos anima a contemplar el cielo para poner nuestra vida en la perspectiva correcta. Cuando tenemos una visión completa de la grandeza de Dios, comprendemos lo que él quiere que seamos. Recuerda hoy que el Creador de miles de millones de mundos y estrellas te conoce, sabe tu nombre y, más importante aún, te ama mucho más de lo que puedes imaginar.