16 mayo | Jóvenes
«Encaminará a los humildes en la justicia y enseñará a los mansos su carrera» (Sal. 25: 9).
Los estudiosos del comportamiento animal dicen que el ganso, al nacer, seguirá el primer objeto en movimiento que encuentre en su entorno. Se establece una conexión social entre el polluelo y lo que esté en movimiento frente a él. Los primeros estudios científicos sobre este fenómeno fueron realizados por el naturalista austriaco Konrad Lorenz.
Con los seres humanos, el proceso educativo tiene cierta similitud. Aprendemos muchas cosas de manera inconsciente al observar cómo actúan nuestros padres. Espiritualmente, nacemos en pecado; por lo tanto, somos naturalmente egoístas, orgullosos y vanidosos.
El orgullo es un problema arraigado en el corazón humano desde la infancia. Un niño de dos años se siente el dueño absoluto de su mundo. Si crece junto a alguien que vive como si no dependiera de nadie, acabará convenciéndose de que es «lo máximo». En el corazón del orgulloso, no hay lugar para nadie más que él mismo.
Cuando los padres cuidan de cerca la formación de la autoestima de sus hijos, necesitan hablar sobre el valor intrínseco del niño, pero también es esencial enseñarle a depender de los demás para inmunizarlo contra la arrogancia. Todo niño necesita aprender desde temprano que dependemos unos de otros para vivir.
La humildad es una elección. Somos seres dependientes, diseñados para compartir y colaborar. El salmista afirma que Dios puede enseñar el camino de la humildad a todo hijo que lo ama. La cura para el corazón egoísta es la humildad. Dios sabe que necesitamos experimentar la vida, la alegría y la provisión que encontramos en él, así como también la porción de vida que experimentamos en la convivencia mutua con los demás.
El desafío de hoy es aprender a caminar por el sendero de la humildad. ¡Un paso a la vez!