22 mayo | Jóvenes
«Líbrame de todas mis transgresiones; no me conviertas en la burla del insensato» (Sal. 39: 8).
A veces, las situaciones extremas nos dan el coraje para tomar decisiones que evitaríamos en circunstancias normales. Eso es lo que le sucedió a Alberto hace unos años en Sorocaba (Brasil).
En esos tiempos, su salario apenas le duraba dos días. Para el día siete de cada mes, ya no le quedaba nada del dinero que había recibido el día cinco. Pagaba sus deudas, invitaba a sus amigos a comer pizza y se quedaba sin un centavo hasta que recibía su anticipo quincenal. Ese mes, el día 13, se quedó casi sin gasolina. En esa ocasión, como tenía gallinas, venía con su coche lleno de ellas cuando, de repente, antiguo y destartalado como estaba el auto, se detuvo. ¡Solo faltaban quince minutos para llegar a casa! ¡Qué mala suerte! ¿Y ahora…?
Alberto se dio cuenta de inmediato de que el problema era la falta de combustible. El medidor estaba en la parte más baja. Cerca de allí había un taller mecánico. Entonces pensó: «Tal vez tengan un poco de gasolina para vender». Y, efectivamente, tenían. Explicó la situación y le dijeron: «Está bien, te la vendemos». El problema es que Alberto no tenía dinero ni tarjeta de crédito, ni nada, excepto... ¡gallinas! Un poco incómodo, hizo la propuesta y el hombre del taller la aceptó. Así que finalmente Alberto pudo llegar a casa.
Lo que no esperaba era que la noticia se difundiera. El mecánico se lo contó a un amigo, quien se lo contó a otro, y a otro, y a otro... Al día siguiente, al llegar al trabajo, muchos compañeros de Alberto comenzaron a burlarse de él, diciendo: «Ahí va el que cambia gallinas por gasolina».
Fue duro, pero Alberto aprendió la lección. Se prometió a sí mismo que encontraría una manera de administrar mejor su vida financiera. Empezó a entregar los diezmos y ofrendas en la iglesia todos los meses, algo que no solía hacer, a pesar de ser adventista desde hacía mucho tiempo.
¿Qué sucedió después? Dios lo hizo prosperar. Desde entonces, nunca más le faltó gasolina ni dinero para llegar a fin de mes. Aprendió a manejar sus finanzas con sabiduría y, lo que es aún mejor, a ser fiel a Jesús. Con Alberto, yo volví a aprender algo obvio para quienes leen la Biblia: solo vale la pena ser objeto de burla, crítica y persecución si es por nuestra fidelidad al Señor (ver Mat. 5: 11-12). De lo contrario, es mejor cambiar de rumbo. ¡Piénsalo!