23 mayo | Jóvenes

El valor de las cosas

«Ninguno de ellos podrá, en manera alguna, redimir al hermano ni pagar a Dios su rescate» (Sal. 49: 7).

En aquel viaje al interior brasileño no llevamos comida, pero teníamos dinero en el bolsillo. Después de todo, «quien tiene dinero no pasa hambre». Pero las cosas no son tan simples.

En aquella comunidad remota en el interior del Amazonas, el real no era la moneda local, como en el resto de Brasil. De hecho, las personas no estaban acostumbradas a usar dinero. Sin saberlo, durante la hora del almuerzo, mis compañeros y yo buscamos algún lugar para comprar comida. Cuál no fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que no había ningún comercio en la región.

Cada familia mantenía su propio suministro de alimentos. Nadie vendía nada. Siempre que se desplazaban a la ciudad, las personas adquirían los alimentos que necesitaban para un período determinado. En general, el sustento diario provenía del río o del campo.

Alguien se acercó a nosotros y ofreció una solución. En las manos de ese joven había un remo y una pequeña red de pesca. La canoa estaba estacionada en la orilla del río. Tan pronto como llegó, nos dijo con una sonrisa en el rostro: «Pueden guardar su dinero. Si quieren comer algo hoy, tendrán que pescar». El dinero no valía nada allí.

Esta historia reforzó en mi mente lo obvio: las personas son más importantes que las cosas. El dinero solo tendrá valor si se valora al ser humano. Si no fuera por la bondad de ese joven al proporcionarnos medios para obtener alimento, nos habríamos quedado sin comer. El dinero puede comprar comida, pero sin alguien para producirla no habrá alimento para nadie.

La soberbia, la avaricia y la codicia son pecados ante Dios. Quienes mantienen estos sentimientos en el corazón disminuyen el valor de las personas y priorizan las cosas. Por eso no debemos confiar únicamente en las finanzas. El amor y el altruismo dan significado a las cosas, no al revés.

No hay dinero que pueda comprar una vida. Así pues, valora a las personas más que a las cosas. El mejor ejemplo de esto fue lo que Dios mismo hizo por nosotros. No nos compró con dinero, sino con su propia sangre. Entregando su propia vida en nuestro lugar.