25 mayo | Jóvenes
«Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. ¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado!» (Sal. 51: 1-2).
El Salmo 51 es una obra maestra que nació de una tragedia, un lirio que brotó en medio del lodo. Esta poesía se diferencia de las demás del libro de Salmos porque surgió desde las profundidades de un corazón desgarrado por la culpa. Después de ser confrontado por el profeta Natán, David abrió los recovecos de su alma y expuso ante Dios su pasado vil (ver 2 Sam. 12: 1-15). Mientras esperaba el veredicto divino, el rey clamó por el milagro de la gracia.
La historia del «hombre según el corazón de Dios» podría haber sido muy diferente. Si hubiera estado en la guerra, en lugar de hallarse ocioso en las tardes palaciegas, probablemente el Salmo 51 habría tenido otros contornos. Y así, encontramos al rey de Israel en el abismo del pecado, después del adulterio con Betsabé y la muerte de Urías.
¿Qué le queda a alguien que está en un hoyo sino mirar hacia arriba? Tocado por el Espíritu Santo, David recurrió a su última y única oportunidad: el amor infinito de Dios. Desde el principio del salmo, David proclamó la tríada de peticiones descritas en el versículo de hoy: «Borra», «lávame» y «purifícame». ¿Has clamado así a Dios alguna vez?
Al pedir al Señor que borrara su pecado, David usó un término que se refiere a la manera en que los antiguos reciclaban los pergaminos. Antes de la invención de la imprenta, se utilizaba cuero de oveja o cabra para la escritura. Dado que este material era caro y escaso, se recurría a la técnica de raspado con un cuchillo. Los palimpsestos medievales, que contenían literatura lasciva escrita por los romanos, eran borrados y reutilizados por los monjes. Esto es lo que Dios desea hacer con nuestro corazón. Quiere «raspar» el pecado y escribir una nueva historia.
Además, Dios desea «lavar» y «purificar» nuestra ropa sucia, contaminada por los errores que cometemos. Al mencionar el «hisopo» (Sal. 51: 7), una planta de hojas ásperas y perfumadas, David aludió a dos rituales litúrgicos: la purificación de la casa de un leproso y de una persona contaminada por tocar un cadáver. Observa que ambas ilustraciones pueden aplicarse a los efectos del pecado.
Y tú, ¿ya le has pedido a Jesús que transforme tu corazón? No importa tu pasado. Dios es capaz de darte una nueva oportunidad. Recuerda: «Donde aumentó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom. 5: 20).