28 mayo | Jóvenes
«¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!» (Sal. 51: 10).
El corazón humano es un órgano del sistema cardiovascular cuya función principal es asegurar que la sangre sea enviada a todas las partes del cuerpo. Se trata de una cámara hueca compuesta por cuatro cavidades: dos aurículas en la parte superior y dos ventrículos en la parte inferior. Tiene aproximadamente el tamaño de un puño cerrado y pesa alrededor de trescientos gramos.
Antes de nacer, nuestro corazón late fuerte dentro del pecho. Los latidos de un feto de dos meses, por ejemplo, llegan a 175 latidos por minuto, mientras que el corazón de un adulto tiene un ritmo cardíaco promedio de aproximadamente 70 latidos por minuto.
Si realizamos un cálculo rápido, averiguamos que el corazón humano late aproximadamente 14.000 veces al día, sumando un total de 38 millones de pulsaciones al año y alrededor de 2.500 millones a lo largo de la vida. En cada latido, bombea 85 gramos de sangre, equivalente a más de 9.000 litros diarios. Esto implica que el corazón de una persona de ochenta años ya ha impulsado cerca de 259 millones de litros de sangre. ¡Qué órgano más extraordinario!
En estudios recientes, los investigadores han revelado algo asombroso acerca de la conexión entre la mente y el cuerpo. Si bien es conocido que la actividad física, por ejemplo, eleva la frecuencia cardíaca, hay más: el simple acto de pensar en la actividad física también puede aumentar el ritmo cardíaco. Estas variaciones en los latidos del corazón están sincronizadas entre aquellas personas que comparten la misma actividad cognitiva.
Científicos franceses llevaron a cabo un experimento para poner a prueba este fenómeno utilizando a personas que estaban escuchando un audiolibro de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino. Una vez más, los resultados revelaron que los latidos del corazón de los voluntarios estaban sincronizados, incluso sin haber interacción directa entre ellos.
Al leer esta investigación, me puse a pensar en lo que sucede cuando leemos la Biblia y hablamos con Dios a través de la oración. Nuestros latidos cardíacos se sincronizan, incluso, con el corazón del Padre. En este coro de pulsaciones, es el Señor quien marca el ritmo, la cadencia. Él es la chispa que calienta y da movimiento y sentido a la vida (ver Sal. 39: 3).
En este día, pídele al Señor que anime y transforme tu corazón. Así, latirá al mismo ritmo que el corazón de Dios.