30 mayo | Jóvenes

La oración de un ateo

«Dice el necio en su corazón: “No hay Dios”» (Sal. 53: 1). 

Muchos ateos son más religiosos que algunos cristianos. Normalmente, no son individuos sin fe, sino personas cuya atención se ha desviado de la bondad de Dios hacia asuntos secundarios, como los defectos de las iglesias o las contradicciones humanas. Estas pueden ser algunas de las razones por las cuales el joven adventista de la siguiente historia decidió abandonar la iglesia.

Era un domingo de invierno, y yo acababa de dar una conferencia sobre educación cristiana en un evento para líderes en Shocco Springs (EE.UU.). Una mujer se acercó a mí, preocupada porque su hijo estaba a punto de graduarse de la escuela secundaria y pronto comenzaría a estudiar lejos de casa, probablemente en la universidad donde yo trabajaba como profesor.

«¡Mi hijo no cree en Dios, pastor!», me dijo con pesar. «Hace tiempo me dijo que para él Dios no existe». Vi la decepción y la tristeza en los ojos de esa madre. Se sentía culpable. ¿Quién no? «Pastor, cometí un error. Enseñé a mi hijo a ir a la iglesia, pero no le enseñé a amar a Dios». Había lágrimas en sus ojos. 

Después de la confesión de su hijo, ella no se sentía bien de salud. Tenía fuertes dolores de cabeza y comenzaron a aparecerle bultos bajo el cuero cabelludo. Todo indicaba que eran tumores malignos. Le pidió a su hijo que la llevara al hospital. Antes de separarse, sin embargo, le suplicó que orara por ella. La oración de él fue más o menos así: «Dios, sabes que no creo en ti, pero mi madre cree que te preocupas por ella y que puedes sanarla. Entonces, si existes, atiende su petición. No quiero perderla. La necesito. ¡Por favor!». La voz abrumada del ateo no pudo contener la emoción. El dolor y la desesperación lo habían vencido... o tal vez el Espíritu Santo estaba obrando en su corazón, como siempre hace. El milagro entonces ocurrió.

Si Dios no escuchara las oraciones de personas incrédulas, tampoco escucharía las nuestras. Aunque nuestra fe no sea perfecta, está presente, al igual que la de algunos ateos. La duda y la fe pueden coexistir durante un tiempo, por muy contradictorio que parezca. El Salmo 53 dice: «Todos se han corrompido» y «no hay quien haga el bien, no hay ni aun uno» (vers. 3). Hoy Dios nos invita a dudar menos y a creer más. Las personas tocadas por el Cielo pasan por esta transformación. ¿Deseas experimentar esto? Si abres tu corazón y clamas al Señor, ciertamente te escuchará.