2 junio | Jóvenes
«Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira y grande en misericordia» (Sal. 103: 8).
Según el Libro Guinness, la nariz más grande del mundo pertenece al turco Mehmet Ozyurek, de 72 años. Desde 2001, ostenta la impresionante marca de 8,8 centímetros de longitud y ni siquiera sueña con someterse a una rinoplastia. Al ser preguntado sobre este «gran privilegio», Ozyurek responde que le encanta su nariz y se siente «inmensamente bendecido por tener una mayor capacidad para percibir olores».
En el pensamiento judío, varias partes del cuerpo humano están relacionadas con algún tipo de emoción, incluida la nariz. El corazón, por ejemplo, se considera el cuartel general del amor. La mente, a su vez, está relacionada con la razón. ¿Y la nariz?
En hebreo, «nariz» también puede traducirse como «ira» ('aph). Esto es interesante porque, a medida que una persona se enoja, su nariz se pone roja. Incluso hay un modismo en hebreo que dice: «Su nariz estaba caliente», es decir, esa persona estaba enfadada. Así, la longitud de la nariz de alguien ilustraba su capacidad para controlar la ira.
Seguramente has visto a un individuo muy nervioso. Da la impresión de que su nariz se convierte en una chimenea llena de humo, como en los dibujos animados. ¿Alguna vez te has sentido resoplando de rabia? El mejor consejo en esos momentos es respirar profundamente. De esta manera, la «nariz» volverá a su estado normal.
Cuando la Biblia describe a Dios, lo hace en términos antropomórficos y antropopáticos, es decir, utilizando formas y emociones humanas. Se presenta al Creador con cabeza, brazos, pies, corazón y también nariz. De igual manera, Dios tiene emociones similares a las nuestras. Al revelarse a Moisés, el Señor declaró ser «compasivo y misericordioso, paciente, lleno de amor y de fidelidad» (Éxo. 34: 6). Es como si Dios estuviera diciendo: «Moisés, tengo una “nariz larga”. No me enojo fácilmente. Soy paciente con vosotros».
Esta expresión de misericordia evoca la alianza divina y nos recuerda que el Señor es paciente con nosotros porque nos ama. Sin embargo, esto no significa que podamos jugar con la paciencia de Dios, ya que, a pesar de que «su nariz sea inmensa», como todo, tiene límites.