7 junio | Jóvenes

Sembrar con lágrimas

«Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas» (Sal. 126: 5-6). 

Dios siempre nos sorprende con bendiciones mayores de las que esperamos. Sembrar no es fácil. Puedes preguntarle a cualquier agricultor y te hablará de los sacrificios y adversidades de la siembra. Es un trabajo duro, agotador, doloroso.

Pasamos por la vida sembrando y llorando. De hecho, lloramos mientras sembramos. Las lágrimas desempeñan un papel importante en la vida. Son capaces de expresar nuestros sentimientos de una manera única. Tienen diferentes significados para cada persona. Cada lágrima tiene su motivo y su propio dolor.

Cuando el rey Ezequías estuvo al borde de la muerte, clamó al Señor, y él respondió: «Oí tu oración y vi tus lágrimas» (2 Rey. 20: 5). El Señor siempre ofrece cuidado, cariño y atención a quienes lloran.

David estaba seguro de que sus lágrimas no pasarían desapercibidas. En el Salmo 56: 8, dice que el Señor recoge sus lágrimas en su redoma (un odre) y las registra en sus libros. No solo guarda el sabor de nuestras lágrimas, sino que también toma nota de los sentimientos que hay detrás de ellas.

Vivimos en un mundo injusto. A veces, la vida requiere un alto precio a pagar. Los lazos emocionales nos atan a personas que no merecen nuestro amor o preocupación. En estas circunstancias, debemos aprender a derramar lágrimas de compasión. Cuando sembramos con un corazón quebrantado, tenemos la garantía de una cosecha bendecida.

Algunos han llamado a este período de siembra «ministerio de lágrimas». No todos están preparados para llevar esa carga. Sin embargo, a veces Dios elige a ciertas personas y pone sobre sus hombros la carga de alguien, generalmente un hijo. También puede ser un amigo, un colega o un vecino. Cada lágrima implica entrega y se convierte en una pieza en la restauración de una nueva vida para el Señor. Spurgeon llamó a las lágrimas «oraciones líquidas».

¿Cuándo fue la última vez que lloraste por un amigo que se alejó de los caminos del Señor? ¿Cuándo sentiste que tu corazón se rompía porque un compañero rechazó la gracia de Jesús? Estas lágrimas son especiales para Dios, y su promesa es que «el llanto puede durar toda la noche, pero la alegría viene por la mañana» (Sal. 30: 5).