9 junio | Jóvenes
«Si subiera a los cielos, allí estás tú; y si en el seol hiciera mi estrado, allí tú estás» (Sal. 139: 8).
Valeria dejó su país de origen en busca de una vida mejor en otro lugar. Salió de Rumanía y finalmente llegó a España. En este proceso, perdió muchos contactos, amigos y prácticamente dejó atrás sus raíces, su cultura y su idioma. También perdió la fe en Dios y dejó de asistir a la iglesia. La dura vida de inmigrante y el ajetreo diario hacían que la religión pareciera algo del pasado que, por alguna razón, no quería recordar.
Cierto día, en una ciudad donde el ayuntamiento había homenajeado a la iglesia dando a una de las calles el nombre de «Calle de los Adventistas», una misionera se encontró con Valeria por primera vez y la invitó a estudiar la Biblia. Sin embargo, ya no quedaba ningún local adventista en esa ciudad, así que Valeria comenzó a reunirse con una familia de interesados que, poco tiempo atrás, había decidido encontrarse cada semana para estudiar la Palabra de Dios.
Al principio, la misionera no había reconocido a Valeria. Pero cuál fue su sorpresa cuando días después, mientras revolvía un viejo baúl, reconoció su rostro en una antigua foto de su propio bautismo celebrado veintisiete años atrás. En aquel día, dieciocho mujeres habían dado testimonio público de su fe, entre ellas Valeria. Durante años, en ese país lejano, Valeria estuvo alejada de la comunión de la iglesia. Sin embargo, incluso allí, tan lejos y tantos años después, sintió que Dios la volvía a encontrar. Comprendió que el Señor nunca la había abandonado y que seguía siendo importante para el Cielo. Así que decidió regresar a los caminos del Señor y ser rebautizada, volviendo a reunirse cada sábado con los hermanos en la fe.
Nunca es demasiado tarde para comenzar de nuevo o retomar algo que vale la pena. Ningún lugar está demasiado lejos para Dios. Ninguna circunstancia es tan difícil que él no la pueda cambiar. Incluso nuestras peores decisiones pueden abrir puertas y ventanas a oportunidades a través de las cuales Dios desea alcanzar a sus queridos hijos. La mayor distancia entre tú y Dios es un paso de fe. Basta con una sola acción, un simple deseo de amarlo y servirlo, para que él cumpla en tu vida lo que siempre soñó. ¿Por qué no pedirle ahora que guíe tu historia y te tome en sus brazos de amor?