11 junio | Jóvenes

Alabanza

«Alabad a Jehová, porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios, porque suave y hermosa es la alabanza» (Sal. 147: 1). 

La alabanza se da cuando el corazón alegre expresa su gratitud a Dios. Es la respuesta del redimido a la gracia recibida. Voy a contarte un secreto. Siempre tuve ganas de cantar, pero ese no es mi talento. En mi infancia, cantaba a pleno pulmón en la iglesia. Mi entusiasmo era tan grande que mi voz se destacaba sobre las demás. Un día, un anciano de la iglesia vino a hablar conmigo. Reconozco que fue muy cuidadoso al decirme que la iglesia estaba impresionada al ver cuánto me gustaba cantar. Con mucha delicadeza, para no herir mi sensibilidad juvenil, sugirió que regulara el volumen de mi voz. A partir de ese momento, entendí que cantar no era una de mis mayores aptitudes.

Un día, descubrí el secreto de la alabanza. Comprendí que, incluso sin poder ser cantante, podía alabar. Cantar tiene que ver con el talento; alabar se relaciona con la vida. Para cantar bien, se necesitan aptitudes naturales y entrenamiento. Para alabar de corazón, solo es necesario disfrutar de la presencia de Dios en nuestra vida.

Comprendí que la alabanza es la más pura expresión de adoración a Dios. Lo noté observando a personas sinceras alabando a nuestro Padre. En particular, recuerdo a un hombre santo, cuyo loor era tan sincero que me quedaba en silencio al verlo cantar. Era un hombre de oración.

Cuando él cantaba, lo que salía de sus labios era adoración pura, alabanza sincera. No intentaba impresionar al cantar. Percibí que su alabanza era tan hermosa porque se relacionaba con Cristo. La música constituía tan solo una parte de sus diálogos con Jesús. Aprendí que ese era el secreto para la belleza de la alabanza a pesar de no tener una voz bonita.

La persona que aprendió a alabar al Señor lo hará en cualquier circunstancia, independientemente de cualquier situación. ¡No hay nadie como nuestro Dios! Si estás interesado en aprender a alabarlo, abre tu corazón a él con fe. Y sobre todo, recuerda: si Dios no te escucha cantar, no importa quién más te escuche.