23 junio | Jóvenes
«Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia. Anda según los caminos de tu corazón y la vista de tus ojos, pero recuerda que sobre todas estas cosas te juzgará Dios» (Ecle. 11: 9).
La libertad es un bien de valor incalculable. Ser libre, sin embargo, no significa vivir sin límites ni hacer lo que nos plazca. Afortunadamente, existen leyes que rigen la sociedad y la vida en general. Traspasar estos límites puede tener graves consecuencias. La máxima «Mi vida, mis reglas» no es realista.
Tu cuerpo puede ser tuyo, pero las reglas no lo son. Tu cuerpo es tuyo, pero las leyes de la termodinámica no. Un día envejecerás. Tu cuerpo puede ser tuyo, pero las leyes de la física son universales. Desafiar las reglas divinas para el cuerpo es sobrepasar los límites. Eres libre de hacerlo, pero las consecuencias son inevitables. Si no te alimentas correctamente y no cuidas de tu salud, en poco tiempo enfermarás. Para todo hay un orden; todo tiene un límite. Cada acción genera una reacción. Es solo cuestión de tiempo que todos cosechen las consecuencias de sus actos.
Puedes creer que tienes control sobre tu vida y hacer con ella lo que desees, pero no olvides que no puedes controlar las consecuencias, ya sean buenas o malas. Esta realidad tiene un impacto en nuestra relación con la libertad, ya que lo que hagamos con ella dictará las consecuencias de nuestros actos. La «libertad incondicional» no es más que una gran utopía. Quien desea ser libre para hacer lo que quiera pronto se convertirá en esclavo de lo que no esperaba. Es importante que lo recuerdes: libertad no es libertinaje.
Eres libre de relacionarte con quien desees y como desees, pero tendrás que convivir con las consecuencias de esa elección. Eres libre de fumar, beber, acostarte tarde, pasar la noche despierto, usar drogas, pero pronto tendrás que lidiar con adicciones, enfermedades y problemas resultantes de los excesos de ese estilo de vida. Eres libre de disfrutar de todo lo que el mundo ofrece, pero no olvides que «el salario del pecado es la muerte» (Rom. 6: 23).
Si no quieres cosechar malos frutos en el futuro, comienza a sembrar buenas semillas hoy. Eres libre de seguir los deseos de tu corazón, pero recuerda que Dios te ha otorgado este regalo y con él no se juega. Todo lo que siembres, lo cosecharás. La vida es tuya, pero las reglas son de Dios.