18 enero | Jóvenes
«Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos» (Sal. 119: 71).
En Pescadero, en la costa de California, hay una famosa playa de guijarros. Allí, las piedrecillas son constantemente arrastradas por las olas y arrojadas de un lado a otro, incluso contra los propios arrecifes. Es un rugido constante, día y noche, sin parar. ¿Sabes cuál es el resultado de esta «guerra»? Turistas de todo el mundo se dirigen allí para recoger esos hermosos cantos rodados. Cada uno posee características exclusivas y sirve como adorno para muchos ambientes.
Un poco más adelante en la costa hay otro arrecife, que sirve de protección contra la fuerza del mar. Al rodearlo, se llega a una ensenada tranquila, protegida de las tormentas y siempre bañada por el sol. Allí hay una cantidad enorme de guijarros que nunca han sido buscados por los turistas. ¿Sabes por qué? Por la simple razón de que no fueron afectados por la furia de las olas. La calma y la bonanza los dejaron exactamente como siempre fueron: ásperos, angulosos, sin belleza.
El mar de la vida nos enseña valiosas lecciones a través de las dificultades. Quizás la mayor de ellas sea la capacidad de superar desafíos. ¡Los pescadores y las ostras pueden dar fe de ello! Mientras los primeros realizan la ardua tarea de obtener su sustento día a día, las ostras producen sus joyas mediante un increíble proceso de dolor. Una perla surge a partir de una profunda molestia causada cuando una partícula intrusa penetra y se esconde en el interior de la concha. El sufrimiento solo se alivia cuando la ostra produce la madreperla, una resina que envuelve al agente invasor y, consecuentemente, termina produciendo la perla.
¿Has escuchado el dicho popular que dice: «Un mar tranquilo nunca hizo un buen marinero»? ¡Eso es absolutamente cierto! La pasividad y la falta de desafíos nunca han construido positivamente el carácter de nadie, y mucho menos han producido personalidades victoriosas. John Shedd dijo: «Un barco en el puerto está seguro, pero no es para eso que se construyó la embarcación». Por lo tanto, da gracias a Dios por las dificultades del «mar».
Tal vez las olas que han azotado tu vida sean fuertes y aterradoras. ¡Pero no te rindas! Estas dificultades están ahí para pulir tu carácter. Levanta el ancla, ajusta las velas y dirígete hacia el mar. Allí, Dios tiene grandes lecciones para ti.