30 junio | Jóvenes

Si no predico

«Si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciara el evangelio!» (1 Cor. 9: 16). 

La predicación del evangelio está en el ADN de la religión cristiana. Es un legado de los héroes de la fe, quienes a un alto precio transmitieron este mensaje hasta llegar a nosotros. Jesús mismo declaró a los discípulos: «La mies a la verdad es mucha, pero los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies» (Luc. 10: 2). Lamentablemente, con el paso del tiempo, la iglesia ha sido cada vez menos misionera y ha prevalecido la tendencia a reemplazar la obra individual y personal por iniciativas colectivas.

El apóstol Pablo sentía este deber individual de llevar a cabo la obra misionera, ya que la gracia lo alcanzó individualmente. Si la salvación es para cada persona, el deber de compartirla también lo es. Sin embargo, Pablo fue más allá y describió esta acción de predicar como una «necesidad» personal. Hay una obra que nadie más puede hacer en nuestro lugar, y hay personas a las que solo puede alcanzar nuestra influencia individual.

En cierta ocasión, un estudiante de teología, durante su período de pasantía, tuvo la oportunidad de conocer a alguien con opiniones diferentes. Mientras el joven estudiante hablaba sobre la misión de la iglesia con un líder local, se aventuró a preguntar cómo era la vida misionera de esa congregación. Rápidamente, el hermano respondió: «Joven, aquí no tenemos tiempo para predicar. Estamos muy ocupados. Cada uno tiene su trabajo. Sin embargo, la mayoría es fiel en los diezmos y las ofrendas para que ustedes, pastores y obreros, puedan hacer el trabajo por nosotros». En esa iglesia estaban tercerizando la misión.

La responsabilidad de dar testimonio del evangelio de Cristo es una obra que pertenece a todos. La contribución financiera es importante, pero no reemplaza la participación personal. Como indica Elena G. White: «Esta obra no puede verificarse por apoderado» (Obreros evangélicos, pág. 196). Independientemente de la edad, las condiciones físicas o financieras, todos pueden (y deben) testificar sobre la gracia que han recibido. Si alguna vez te sientes tentado a ignorar este deber cristiano importante, no te desanimes ni abandones tu puesto. Al contrario, ¡levántate y predica sin temor! Dios te dará las fuerzas y la sabiduría necesarias.