8 julio | Jóvenes
«De esta manera peleo, no como quien golpea el aire» (1 Cor. 9: 26).
En sus cartas, el apóstol Pablo a menudo recurría a imágenes deportivas, especialmente al dirigirse a los griegos. En esa época, los juegos olímpicos eran conocidos en todo el imperio grecorromano. Consciente de ello, Pablo utilizaba metáforas para acercarse a la realidad de los lectores y establecer conexiones con aspectos espirituales (ver 1 Tim. 6: 12).
En el versículo de hoy, la imagen que utiliza Pablo es la de un boxeador en el ring, otra competición muy practicada en esos días, llamada pugilato. Los guantes no eran como los que vemos hoy en el boxeo; por lo general, estaban hechos de tiras de cuero de buey y, a veces, reforzados con placas de metal o bordes puntiagudos. ¿Puedes imaginar recibir un golpe con uno de esos guantes? Debido a las lesiones, era común que algunos combatientes incluso murieran en el cuadrilátero.
Al decir que no golpeaba en el aire, Pablo demostró que no perdonaba a su adversario ni por un instante. Cada golpe era fuerte, preciso y letal. ¿Quién era su oponente? Su propia naturaleza pecaminosa. ¡Él era su propio enemigo! Pablo escribió: «Golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Cor. 9: 27).
Pablo era consciente de sus tendencias y deseos negativos. Golpear el cuerpo y reducirlo a la esclavitud significa desarrollar una disciplina estricta contra los propios deseos carnales, sometiéndolos a Dios a través de Cristo (ver 2 Cor. 10: 3-5). Esto implica una renuncia total al propio yo. Para Pablo, la única solución era someter su voluntad a la de Jesús. Escribió: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino vive Cristo en mí» (Gál. 2: 20).
Pablo estaba seguro de que sería vencedor en sus luchas, a través de Jesús. Al final de su vida, escribió: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Tim. 4: 7-8).
Y tú, joven, ¿has logrado vencer las tendencias pecaminosas o has estado dando «puñetazos al aire»? ¡Si permites que Cristo habite en tu corazón, seguramente ganarás esa pelea por KO!