19 enero | Jóvenes
«De lo profundo, Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica» (Sal. 130:1-2).
Cuando tenía seis años, fui de vacaciones con mi familia a la ciudad de Penedo, en el interior de Río de Janeiro. Durante varias semanas, nos alojamos en un campamento llamado «Casa de Pedra», un lugar espacioso y agradable en medio de la naturaleza.
En una tarde, mientras todos descansaban, salí solo por el campamento en busca de aventuras. Sin embargo, no fue una buena idea. En mi ingenuidad, comencé a saltar sobre una gran estructura de cemento. No tenía idea de lo que había debajo. De repente, una tapa se abrió al pisarla y caí en un gran depósito de agua. Para mi total desgracia, se cerró la tapa después. Todo se oscureció y empecé a ahogarme, cayendo hacia el fondo de la cisterna.
Desesperado, hice una breve oración en mi mente: «¡Jesús, sálvame!». Tal vez, esa haya sido la primera oración que tuvo sentido en mi vida. Pensé que iba a morir. Después de unos segundos, escuché pasos sobre esa gran estructura de cemento. Vi un destello y un brazo extendido hacia mí. Era el brazo de mi madre. Ella escuchó los gritos y vino rápidamente a socorrerme.
Es posible que, en algún momento de tu vida, también tú hayas caído al «fondo del pozo». No literalmente, como me sucedió a mí, sino en medio de las angustias y dificultades de la vida. Como el salmista en el versículo de hoy, es posible que estés clamando a Dios para que te salve de las profundidades de la depresión, el desempleo, alguna adicción, la soledad o el deseo de suicidarte. Tal vez aún te sientas en un hoyo que cavaste en las tardes ociosas de la vida. Me gustaría que miraras hacia arriba. Hay un Dios que no abandona a sus hijos, especialmente cuando están en un «callejón sin salida».
El mismo Dios que estuvo en la fosa con José, en la mazmorra con Pablo, en el vientre del pez con Jonás, en la cueva con Elías y en la guarida de los leones con Daniel es quien está ahora contigo. Él sabe cómo salir de un agujero, de un pozo e incluso de un sepulcro. Para Dios, el «fondo del pozo» no es el punto final de la existencia, sino la oportunidad de un nuevo comienzo. Mira los brazos del Todopoderoso. Están extendidos para salvarte.
¡No tengas miedo! Jesús te rescatará y sanará tus heridas. Para cada callejón sin salida, él abre un pasaje secreto.