11 julio | Jóvenes
«He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír» (Isa. 59: 1).
Durante casi media hora, ese joven desahogaba sus frustraciones por teléfono, desilusionado con Dios. Mientras describía la larga lucha que estaba atravesando, cuestionaba: «Si él existe, ¿por qué no me escucha? Llevo orando más de once años, y él no dice nada. Simplemente me ignora y no me responde». Estas palabras evidenciaban los sentimientos de un corazón completamente decepcionado con Dios. Su descripción caracterizaba a un Dios que respondía a todos, excepto a ese corazón afligido. ¿Cómo lograr que alguien en esa situación entienda que el Padre se preocupa por cada uno de nosotros? ¿Cómo convencer a esta persona de que las respuestas divinas no siempre vienen en el momento o en los momentos que consideramos más propicios? O incluso, ¿cómo explicarle que el silencio de Dios a veces puede ser la mejor respuesta?
No siempre nos gusta la realidad de que el silencio también es una de las formas en las que Dios nos habla. Muchas veces él calla para perfeccionar nuestra fe y así brindarnos una bendición que de otra manera no recibiríamos.
También debemos recordar que nuestros tiempos no son los de Dios. Él sabe cuándo es el mejor momento para darnos sus respuestas sabias. El problema es que ningún ser humano puede entender la profundidad del pensamiento divino. Sin embargo, debería ser suficiente para nosotros reconocer que Dios conoce el fin desde el principio, especialmente cuando enfrentamos el silencio del Cielo.
De hecho, muchas respuestas urgentes que exigimos de Dios no serían una bendición para nosotros. Por eso, él no responde en nuestro tiempo ansioso. Cuando Dios calla, esa es la mejor respuesta que podríamos tener. Su silencio nos impulsa a buscarlo con más intensidad y a confiar en su dirección. Los «problemas» que nos hacen orar más no son problemas; son bendiciones.
La gran verdad es que Dios, de una forma u otra, siempre nos responde. ¿Sabes por qué? Porque siempre nos escucha. A veces, lo que necesitamos es aprender a escuchar la voz del silencio divino. Es necesario confiar y tranquilizarnos en la certeza de que él está en su santo templo. Por lo tanto, podemos callar y descansar, confiando en que su justicia prevalecerá en nuestra vida.