13 julio | Jóvenes

El salvador solitario

«He pisado yo solo el lagar; […] su sangre salpicó mis vestidos y manché todas mis ropas» (Isa. 63: 3). 

Antiguamente, cada viña tenía su propio lagar, una especie de cisterna tallada en la roca, con dimensiones aproximadas de 2,4 metros de largo y 1,5 de ancho. Allí, los trabajadores pisoteaban las uvas, una tarea ardua y agotadora, aunque suavizada por las canciones entonadas por los propios operarios. La metáfora del lagar ilustra bien el sufrimiento del Mesías en sus últimas horas.

¿Qué sientes al contemplar a Jesús, el Creador del universo, que vestía ropajes reales nunca concebidos por ningún diseñador humano, vistiendo ahora prendas salpicadas con su propia sangre? Este amor infinito debería ocupar regularmente nuestros pensamientos, como destacó Elena G. White: «Sería bueno que dedicásemos una hora de meditación cada día para repasar la vida de Cristo desde el pesebre hasta el Calvario» (Joyas de los Testimonios, t. 1, pág. 517).

Aunque estaba rodeado de personas, Jesús pasó sus últimas horas solo. En el Getsemaní, en lugar de recibir consuelo y simpatía de los discípulos, los vio «durmiendo a causa de la tristeza» (Luc. 22: 45). Allí, el Salvador de la humanidad sufrió terribles tentaciones de Satanás, además de experimentar la ira de Dios contra el pecado humano. El resultado de tanto dolor fue sudar gotas de sangre que salpicaron sus vestiduras.

Solo en el Getsemaní. Solo frente a Anás y Caifás. Solo ante Herodes. Solo al ser juzgado por Pilatos. Solo en la cruz. Solo. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mat. 27: 46) fue su grito solitario en la cruz. Pero tenía que «pisar el lagar» solo. Tenía que experimentar la profundidad del abismo causado por el pecado. Esta fue su «extraña» manera de salvar: llevando la culpa de todos (ver Rom. 5: 18).

Cristo enfrentó tanto sufrimiento y soledad para que nadie en este mundo tuviera necesidad de perecer. Si hoy te sientes solo, luchando contra innumerables dificultades, mira a Jesús. Él puede ayudarte. Él sabe cómo superar la tristeza, la soledad y la angustia del alma. Deposita ahora mismo tus cargas a los pies de Cristo. ¡Encontrarás descanso y la mejor compañía del universo!