16 julio | Jóvenes
«Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. Tú palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón» (Jer. 15: 16).
Entender los libros como «alimento» es una metáfora tan antigua como la propia Biblia. El profeta Ezequiel relata la instrucción de Dios para él: «“Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy”. Lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel» (Eze. 3: 3). Una sugerencia similar se le hizo al profeta Juan en Apocalipsis 10, siglos después.
Así como una comida debe tener aroma, sabor y belleza, un buen libro satisface los sentidos y nutre el alma. Para que esto ocurra, es necesario una correcta «masticación» del contenido, es decir, meditación en lo que se lee. Este consejo es especialmente válido para el estudio de la Biblia, el libro que transforma corazones.
Es interesante notar que la palabra hebrea hagah, traducida varias veces en el Antiguo Testamento como «meditar», se encuentra en Isaías 31: 4 en el contexto de un león que «ruge» sobre su presa. Como sabemos, un león no traga directamente a su presa, sino que pasa mucho tiempo inclinado sobre ella en una deliciosa «meditación». Utiliza dientes, lengua, estómago e intestinos para digerir el alimento. Así debería ser la lectura de la Biblia. Necesitamos «masticarla».
Esta analogía me hace recordar la historia de William McPherson, el joven que fue víctima de una explosión en una cantera de África. Los médicos lograron salvarle la vida, pero perdió ambos brazos y quedó completamente ciego. La gran frustración del joven era no poder leer la Biblia por sí mismo, siempre dependiendo de la disposición de los demás.
En cierta ocasión, William escuchó la experiencia de una señora que, al no poder sostener más la Biblia, la besó, despidiéndose de ella. La idea de posar los labios en la Biblia llevó a William a creer que él mismo podría volver a leer las Escrituras si tan solo usara la punta de su lengua para aprender el sistema braille. Eso es exactamente lo que hizo después de mucho esfuerzo.
Su amor por Dios era tan profundo que, incluso con la lengua herida y sangrante, seguía meditando en las «Sagradas Letras». A los sesenta y cinco años, cuando se escribió su historia, ya había leído la Biblia cuatro veces.
Hoy en día, tienes la Biblia al alcance de tu mano. Disfruta de sus páginas. «Come» las Escrituras y te sentirás verdaderamente satisfecho.