18 julio | Jóvenes
«Sed imitadores míos, así como yo lo soy de Cristo» (1 Cor. 11: 1).
¿Por qué bostezamos al ver a alguien bostezar? ¿Por qué sentimos «vergüenza ajena» al ver a alguien pasar por una situación embarazosa? La respuesta a estas preguntas se encuentra en nuestra cabeza, más precisamente en el córtex frontal inferior. En esta región, encontramos las denominadas neuronas espejo, que podríamos llamar «imitadoras compulsivas», expertas en copiar.
Científicos italianos descubrieron en la década de 1990 que la simple observación de las acciones de los demás es capaz de activar las mismas regiones en el cerebro del propio observador. La percepción visual inicia una especie de simulación o duplicación interna de los actos presenciados. Es decir, cuando vemos a alguien hacer algo o experimentar una emoción, nuestra inclinación natural es reproducir lo mismo.
Los seres humanos tenemos una fuerte tendencia a alinear nuestro comportamiento con el de los demás. La imitación facilita las interacciones sociales, acerca a las personas y promueve el cuidado mutuo. Los buenos imitadores también son buenos para reconocer las emociones en otras personas, lo que, a su vez, puede generar mayor empatía.
Es saludable sentir compasión por las personas y empatía hacia su sufrimiento. Sin embargo, cuando el sufrimiento ajeno comienza a afectarnos al punto de dejar de vivir nuestra propia vida, es necesario reconsiderar esta conducta. Cada individuo tiene su personalidad, su manera de pensar, sentir y actuar. Reconocer los límites es un requisito fundamental para una vida saludable, incluso en el ámbito espiritual.
Elena G. White escribió: «Hay una ley de la naturaleza intelectual y espiritual según la cual modificamos nuestro ser mediante la contemplación. La inteligencia se adapta gradualmente a los asuntos en que se ocupa. Se asimila lo que se acostumbra a amar y a reverenciar» (El conflicto de los siglos, pág. 543).
¿Qué aspectos de otras personas has estado imitando? ¿Cosas buenas, o malas? El apóstol Pablo nos invita a ser sus imitadores, así como él lo fue de Cristo. La palabra griega traducida como «imitadores» es mimëtai, plural de mimëtës, de la cual deriva el término «mímica». De manera valiente, Pablo nos llama a seguir sus pasos y a imitar su ejemplo, ya que él sabía que era un verdadero seguidor de Jesús. ¿Aceptas el desafío?