20 enero | Jóvenes
«Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado» (Sal. 130: 4).
Uno de los desafíos más grandes de la vida cristiana es la lucha contra el sentimiento de culpa. No tardé en darme cuenta de que esto le sucedía a mucha gente, no solo a mí. Al igual que yo, varios de mis amigos tenían dificultades para entender y aceptar el perdón de Dios y liberarse de la culpa y la condena. Este conflicto interior no es exclusivo de los jóvenes y adolescentes, a pesar de que se diga que la juventud es una etapa de errores y aciertos, intentos, riesgos, caídas y desilusiones...
Aun cuando ya conocemos las promesas bíblicas relacionadas con el perdón, cada vez que nuestra conciencia nos acusa, el sentimiento de culpa nos hace sentirnos indignos de la gracia y el perdón divinos. ¡Qué contradicción: saber que Dios nos perdona, pero tener la constante sensación de no haber sido perdonados por él! Entonces, cuando caemos, oramos, nos angustiamos, lloramos y volvemos a prometer fidelidad, aplastados por una conciencia culpable que reconoce que el placer del pecado es efímero y no vale la pena.
Es reconfortante saber que Dios nos ama y perdona a pesar de nuestras faltas. El perdón divino no depende de lo que sentimos, sino de la esencia de Dios, es decir, de quién él es, y él es amor. Alguien podría preguntar: «Pero, ¿y la justicia divina? ¿Dónde queda? ¿Sería justo perdonar a alguien que peca de manera consciente y repetida?». A diferencia de la justicia humana, la de Dios nunca es fría, aleatoria o ciega, sino constante y compasiva. Dios entregó a su propio Hijo por amor a nosotros, para redimirnos de la culpa y el poder del pecado. Dios es justo y juzga con equidad. Sin embargo, en su juicio prevalece la misericordia. Si no fuera así, ¿cómo podría el pecador arrepentido ser restaurado?
Hasta el regreso de Jesús, cuando seremos liberados para siempre del pecado, debemos creer en la bondad divina, confesar nuestros pecados, corregir nuestros errores y seguir adelante sin desanimarnos. Por lo tanto, si te sientes tentado a dudar del perdón de Dios, independientemente de lo que sientas, confía en la promesa bíblica, aprende a depender de Jesús y avanza por fe. ¡Este es el secreto de la victoria!