19 julio | Jóvenes
«Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jer. 17: 9).
Una vez, mi familia y yo estábamos disfrutando de unas merecidas vacaciones en las playas del estado de Paraná (Brasil). Mientras nos divertíamos en el mar, mi hijo menor señaló al vendedor de helados y dijo: «Papá, ¿me puedo comprar un bombón helado?». Le respondí: «¡Por supuesto! Puedes sacar el dinero que necesites de mi billetera». Después de unos segundos, volvió corriendo al agua con dos helados en la mano. Mi esposa, impresionada, dijo: «Mira qué lindo, compró un helado para él y otro para su hermano». Cuando el menor se acercó, gritó muy feliz: «Papá, ¡el vendedor dijo que podía comprar dos por el mismo precio! ¿Cuál me como primero?». En ese momento, nos echamos a reír. Lo que parecía virtud no era más que egoísmo.
La Biblia afirma que nuestro corazón es engañoso. No importa la edad, la etnia o la condición social, todos somos pecadores, con el corazón «postrado» ante nosotros mismos. Sin darnos cuenta, pasamos la vida orbitando alrededor de nuestro ego, cuyo campo gravitacional atrae nuestros sueños, pensamientos y aspiraciones más profundas. Incluso un niño, a menudo llamado «angelito», ya es un pequeño pecador que reclama la atención para sí mismo.
Cuando Jeremías describe el corazón humano, utiliza la palabra ‘engañoso’, cuya raíz en hebreo es la misma que la del nombre propio «Jacob». ¿Recuerdas a este personaje bíblico que nació agarrando el talón de su hermano, Esaú, y después engañó a su padre, Isaac, para obtener la bendición de la primogenitura? En cierto sentido, todos llevamos un «Jacobito» dentro de nosotros, que inclina nuestro carácter hacia abajo y nos conduce al egoísmo y otros pecados.
Es imperativo entender que nuestro principal adversario tiene un nombre: «yo». Por naturaleza, somos orgullosos y mentirosos, lo cual nos impulsa diariamente a intentar ocultar nuestra verdadera identidad. A diferencia de lo que a menudo creemos, no somos tan buenos ni sinceros como pensamos. La respuesta a la pregunta sobre quiénes somos realmente se revela cuando dirigimos nuestra mirada a Cristo y a su ley. En ella, se expone nuestra auténtica identidad, y las máscaras que llevamos caen al suelo.
Escribo para alguien que solo piensa en sí mismo. ¿Eres un apasionado de tu propia felicidad? Te sugiero que busques a Jesús con urgencia. Solo él puede enderezar egos y transformar corazones. Si la vida te da dos helados, recuerda siempre a tu hermano.