26 julio | Jóvenes

Silbato mágico

«Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres» (2 Cor. 3: 2). 

No siempre nos damos cuenta de que estamos siendo observados. Sin embargo, en la actualidad, con cámaras y teléfonos por todas partes, es difícil pasar desapercibido. Mi esposa, Nainde, lo comprendió en un campamento del Club de Conquistadores. Nos fuimos lejos de la ciudad y levantamos las tiendas de campaña en la chacra del hermano Juan, que vivía en el interior del estado de Sâo Paulo (Brasil). Poco antes de desarmar el campamento, apareció un vecino pidiendo hablar con ella. Su primer pensamiento fue: «¡Ahí viene un reto! Seguro que este hombre se quejará del ruido que hemos hecho en las actividades de los conquistadores».

Pero no había otra opción que hablar con él. Con una actitud cordial, sin embargo, él comenzó diciendo: «¡Necesito un silbato mágico como el suyo!». Mi esposa no entendió. Ante su perplejidad, el señor agregó: «Ese silbato suyo hace maravillas: silbas y los niños vienen corriendo. Silbas de nuevo y se van. ¡Ojalá tuviera un silbato así! Entonces, mi suegra, mis hijos, mi mujer, todos me obedecerían». Ambos rieron. Sabían que, por mucha autoridad que alguien tenga, nunca podría controlar el comportamiento de otra persona al cien por cien. También sabían que lo que hacemos y lo que somos, tarde o temprano, habla tan alto que todos pueden escucharlo.

El vecino contó que era policía y que, con más frecuencia de la que le gustaría, le tocaba llevar detenidos a jóvenes infractores de la misma edad que estos conquistadores. Suspiró con una mirada triste y exclamó: «¡Ojalá todos los jóvenes tuvieran la oportunidad de participar en un club como el vuestro!». Después de escuchar muchas palabras de aliento, mi esposa salió suspirando aliviada. Las cosas que ese hombre le dijo fueron un bálsamo, sin contar los enormes progresos que, ese fin de semana, los conquistadores hicieron en términos de comportamiento, sociabilidad y espíritu de equipo.

¿Alguna vez has notado quién te está observando? ¿Qué ejemplo estás dando? ¿Tus acciones dan testimonio de que eres cristiano, que sigues ideales más elevados y un Modelo divino? Y en cuanto a los líderes que Dios puso en tu vida (padres, ancianos, pastores y maestros) para que te orienten o dirijan, ¿los respetas y obedeces? Recuerda que, por tus acciones y actitudes, el mundo a tu alrededor podrá identificar quién es el Señor de tu vida.