5 agosto | Jóvenes
«Comprobando lo que es agradable al Señor. [...] Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos» (Efe. 5: 10, 15, 16).
Ciertas cosas que hacemos en la vida son una completa pérdida de tiempo. Si reflexionáramos adecuadamente, no las haríamos. Son un insulto a la inteligencia. Nadie en su sano juicio dedica tiempo, por ejemplo, a secar hielo, ¿verdad? Tú y yo sabemos que el uso cotidiano que hacemos del tiempo es algo serio. Observa lo que Elena G. White dice al respecto:
«Del debido aprovechamiento de nuestro tiempo depende nuestro éxito [...]. Unos pocos momentos aquí y unos pocos allí, que podrían desperdiciarse en charlas sin objeto; las horas de la mañana tan a menudo desperdiciadas en la cama; el tiempo que pasamos viajando en los tranvías o el tren, o esperando en la estación; los momentos que pasamos en espera de la comida, o de aquellos que llegan tarde a una cita; si se tuviera un libro en la mano y se aprovecharan estos fragmentos de tiempo en estudiar, leer o en pensar cuidadosamente, ¡cuánto podría realizarse! Un propósito resuelto, un trabajo persistente y la cuidadosa economía del tiempo capacitarán a los hombres para adquirir los conocimientos y la disciplina mental que los calificarán para casi cualquier posición de influencia y utilidad [en la vida]» (Palabras de vida del gran Maestro, pág. 278).
Una investigación realizada en México en 2017 por el IFT (Instituto Federal de Telecomunicaciones) encontró que los niños pasan casi cinco horas y media al día viendo televisión, más tiempo del que pasan en la escuela. Le preguntaron a Barry Black, un pastor adventista de ascendencia afroamericana que llegó a ser el sexagésimo segundo capellán del Senado de los Estados Unidos, cómo logró completar tres másteres y dos doctorados. Respondió: «Es simple, casi no veo televisión». En su época, la tentación era una sola pantalla. ¿Y hoy? Hoy muchos de nosotros pasamos una buena parte del tiempo «secando hielo». De esta manera, corremos el riesgo de olvidar que Jesús está cerca de regresar y que cada nuevo día es una oportunidad para consagrarnos a él. Por tanto, la advertencia de Dios para nosotros es clara y directa: «Joven, alégrate en tu juventud, aprovecha cada momento, haz todo lo que desees, ¡no te pierdas nada! Pero recuerda que Dios te pedirá cuentas de todo lo que hagas» (Ecle. 11: 9). ¡Piensa en esto!