22 enero | Jóvenes
«Hay camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte» (Prov. 14: 12).
Quien juega con el fuego corre el riesgo de quemarse. Sin embargo, quien lo hace normalmente cree que sus razones son buenas y aceptables. «Esto no es fuego», dijo el niño de seis años a su padre. «¡Es solo humo perfumado!», explicó. Con este argumento, intentaba mantener consigo un palito de incienso encendido. El padre, sin embargo, quería evitar una eventual quemadura o, quién sabe, un incendio. Temía lo que pequeñas manos inexpertas y ojos fascinados por una pequeña llama son capaces de hacer.
Existen algunas tentaciones que son semejantes a ese «humo perfumado»: la de mentir para salirse con la suya o para no tener que dar explicaciones, la de engañar para obtener ventajas, la de la astucia maliciosa, la del sexo ilícito, la de encubrir los propios errores, la de hacer la vista gorda o la de ceder a la influencia del mal. También pueden ser los juegos que consumen tiempo, las amistades, películas y lecturas que te vuelven menos puro, las falsas esperanzas alimentadas por ideas y creencias que no vienen del cielo; valgan estas por enumerar solo algunas entre las muchas que podríamos mencionar.
Todos estamos sujetos a la influencia del mal. Contra el pecado, nadie está cien por cien blindado. De hecho, hay algunas tentaciones tan específicas que solo los creyentes las enfrentarán. Por ejemplo, la de involucrarse en las cosas sagradas de manera descuidada o mecánica, como los hijos del sacerdote Aarón. En eso fallaron Nadab y Abiú (Lev. 10: 1-2). No solo se acostumbraron a tratar las cosas sagradas como comunes, sino que también cerraron sus mentes a todo tipo de consejo, advertencia y corrección. Se volvieron insensibles, atontados por el vino, con la mente confusa y «las percepciones morales embotadas» (Patriarcas y profetas, pág. 330). Anularon la acción del Espíritu Santo en la conciencia, impidiéndole convencerlos de pecado, de justicia y de juicio. Jugaron con fuego y, finalmente, se quemaron.
La triste experiencia de estos jóvenes está registrada en la Biblia como un contraejemplo para nosotros. ¿Qué habría hecho Cristo en lugar de ellos? Y ¿cómo actuaría Jesús en mi lugar, ante los dilemas que he enfrentado? Piensa en esto cuando tengas el mando a distancia en la mano, cuando accedas a Internet, cuando aceptes una invitación y cuando vayas a la iglesia a adorar. «Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Sal. 51: 17).