12 agosto | Jóvenes

La misma familia

«Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo (de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra)» (Efe. 3: 14-15). 

Quien va a la iglesia y no le gusta lo que ve, en lugar de abandonarla, debería ser instrumento para la transformación que desea ver realizada. Aunque la iglesia está lejos de ser perfecta, piensa en cuánto podría mejorar si cada uno hiciera su parte. Dios no nos llama a ir a la iglesia, sino a ser su iglesia, la esperanza del mundo.

Cuando los cristianos del primer siglo eran perseguidos por el Imperio romano, usaban el símbolo de un pez (conocido como ichtus) para identificarse o marcar el lugar de las reuniones secretas. Cuando un cristiano fugitivo encontraba a un completo desconocido y descubría que también seguía a Cristo, se establecía un lazo instantáneo: «Pertenecemos a la misma familia».

¿Qué nos hace una familia? Tenemos el mismo Padre, somos hermanos y hermanas unos de otros. Hemos pasado por el mismo proceso de nuevo nacimiento y, con ello, tenemos la misma sangre espiritual corriendo por nuestras venas. Ser parte de la familia de la fe es contar con una relación que trasciende los lazos familiares que tenemos en la tierra.

Esto solo sucede cuando la vida en comunidad se desarrolla. La iglesia no es solo lo que acontece en el templo cada sábado. Es lo que sucede en la vida de cada miembro debido a las relaciones formadas en los bancos de la iglesia y luego cultivadas de domingo a viernes. Por eso, la iglesia debe ser una familia. Cada uno tiene roles específicos que desempeñar. Sin uno de sus miembros, la iglesia está incompleta. Dios nos llama a ser parte de su iglesia; más aún, nos llama a ser su iglesia. No se puede descuidar la comunión entre los hermanos.

La iglesia no es perfecta. No se puede esperar que todo lo que sucede en ella sea siempre maravilloso. Sin embargo, es deber de cada uno de sus miembros trabajar para que sea mejor, haciendo que el ambiente sea más amigable, digno de confianza y feliz.
Sé parte de este movimiento y haz de tu iglesia una comunidad viva, donde la gente se cuide mutuamente.