14 agosto | Jóvenes
«Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3: 2).
Los peces del género Anableps tienen escamas, son muy ágiles y viven en los ríos del Amazonas. Puede llegar a medir hasta treinta centímetros de longitud y pesar alrededor de cuatrocientos gramos. Además de su nombre científico, se los conoce popularmente como «peces de cuatro ojos». Esto se debe a que sus ojos están divididos en dos partes: la mitad está dentro del agua observando a otros peces, y la otra mitad está fuera, percibiendo el movimiento de los pájaros.
Así como este pez de agua dulce, el cristiano también debe tener una visión doble. Mientras «navega» en busca de las cosas de este mundo, como el estudio, el trabajo y el ocio, sus ojos deben estar dirigidos al cielo, a las cosas eternas. Es como si viviera, al mismo tiempo, en dos mundos, «con los pies en la tierra y los ojos en el cielo».
La Biblia está llena de estos creyentes «de cuatro ojos», hombres y mujeres que marcaron la diferencia en el mundo precisamente porque pensaron más en el cielo. Observa, por ejemplo, la galería de los héroes de la fe de Hebreos 11. El versículo 13 dice: «En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra».
La lista de estos peregrinos es extensa: Abraham, el padre de la fe, anhelaba «la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (vers. 10). Moisés, el gran libertador de Israel, «tenía puesta la mirada en la recompensa» (vers. 26). Daniel, el hombre que recibió revelaciones extraordinarias, esperaba «al final de los días» la herencia prometida (Dan. 12: 13). Pablo, el gran apóstol entre los gentiles, solía fijar los ojos «no en lo que se ve, sino en lo que no se ve; pues lo que se ve es temporal, pero lo que no se ve es eterno» (2 Cor. 4: 18).
Y tú, ¿dónde has puesto los ojos? Elena G. White escribió: «Si permitiéramos que nuestra mente meditara más en Cristo y en el mundo celestial, hallaríamos un estímulo y un apoyo poderoso para pelear las batallas del Señor. El orgullo y el amor al mundo perderán su poder al contemplar las glorias de esa tierra mejor que tan pronto será nuestro hogar» (Mensajes para los jóvenes, pág. 78).
¡Mira siempre hacia el cielo!