19 agosto | Jóvenes
«Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo» (Fil. 3: 4-5).
A veces, te sientes como «un pez fuera del agua», y no eres el único. Hay personas que consideran un pecado imperdonable ser diferente de la mayoría en la forma de ser, pensar o actuar. Se comportan como «patitos feos», tratando de ser aceptados y amados. Es extraño, pero aún más raro es pensar que alguien con todas las cualidades deseadas pueda sentirse rechazado, ¿verdad? Pero sucede. Eso le ocurrió a Nicole. Siendo una de las mejores alumnas de la clase, un día se sentó en la parte trasera del salón y en silencio hizo la siguiente oración: «Señor, deseo que hoy el profesor me haga una pregunta y yo no sepa la respuesta». Quería equivocarse y pasar vergüenza, solo quería ser como la mayoría. Deseaba dejar de ser la alumna inteligente que lo sabía todo y convertirse en una estudiante más «común».
Dios no necesita personas extraordinarias para servirle, pero no rechaza a nadie, ni siquiera a aquellos que parecen «extraños en el grupo». Considera el ejemplo de Saulo. Desde joven, siempre fue prometedor. Cuando creció, se destacó entre los discípulos de Gamaliel. Tenía un perfil de líder y un poder de persuasión envidiable. Su personalidad brillante atraía la admiración y ya estaba acostumbrado a ello. Lo que no esperaba era que sus «superpoderes» se convirtieran en un problema. Tuvo que aprender a controlarlos. «Estimo todas las cosas como pérdida», declaró (Fil. 3: 8). Para él, Cristo se volvió lo más importante.
Las cualidades excepcionales de alguien pueden suscitar envidia, miedo, autoprotección, prejuicios u otras reacciones por parte de algunas personas. Si has sido víctima de eso, preséntaselo a Dios. Puede parecer sorprendente, pero a veces es necesario aprender a defenderte por ser sobrecualificado, es decir, por estar por encima del promedio o «demasiado cualificado». Habrá lágrimas, dudas y dilemas que podrían evitarse, pero no se evitarán. Tu honestidad, fidelidad, bautismo, currículum, «linaje» e incluso tu palabra serán cuestionados. Solo quedará Dios, y solo él te sostendrá. Así fue con Pablo, y podría ocurrirte a ti también. Pero sabes el consejo que el apóstol te daría, ¿verdad? ¡Sigue adelante! Puedes estar seguro de que la recompensa valdrá la pena.