20 agosto | Jóvenes

Placa conmemorativa

«Y le daré una piedrecita blanca y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual nadie conoce sino el que lo recibe» (Apoc. 2: 17). 

Cuando alguien escribe su propio nombre en un lugar bien visible, está transmitiendo un mensaje al mundo. Primero: «Yo existo». Segundo: «Soy importante». A lo largo de la historia de la humanidad, ha sido así. Desarrollamos el hábito de escribir nuestro nombre en lugares que llamen la atención. Los pintores firman sus obras. Los arquitectos, ingenieros, poetas, dramaturgos, escritores y grafiteros también. Su nombre deja una marca. Más aún: su nombre es una marca. Por eso, Dios cambiará el tuyo. Y el motivo es simple: eres una obra de arte concebida, desarrollada y realizada por él. Dios quiere dejar su nombre en ti.

Desde que naciste, debido al daño que el pecado causó, Dios ha estado trabajando para restaurar en ti su imagen y darte un nuevo carácter, es decir, un nuevo nombre. No será como un apodo de la infancia que te recuerda lo torpe que eras o lo extraña que era tu apariencia o tu forma de ser. No representará las tradiciones de tu familia, las preferencias de tus padres ni las peculiaridades de tu idioma. Lo mejor de todo es que nunca será grabado en una lápida o en una placa conmemorativa. Ya no tendrá sentido tener el nombre escrito en la puerta, el diploma, el visado, el distintivo o el trofeo. Dios será todo para ti.

Recuerdo cuando yo, poco tiempo después de graduarme, empecé a dar clases en la misma universidad y en el mismo curso en el que me acababa de graduar. Los empleados no me conocían por mi nombre y pensaban que todavía era estudiante. Un día, busqué al encargado de los equipos para pedirle que me prestara un retroproyector. Entonces me dijo secamente: «¡Solo el profesor puede tomarlo!». Obviamente, yo no tenía un letrero en la frente que dijera «profesor». Para él, yo era el mismo de siempre.

Sin embargo, llegará el día en que Dios nos transformará. Entonces, el único título, etiqueta o nombre válido que tendremos será aquel que Dios nos dé. Cuando eso suceda, la restauración será completa y la obra de arte será perfecta otra vez, para nuestra felicidad y para la satisfacción del universo. Casi no puedo esperar para unirme a la fila de las piedras blancas mencionadas en el libro de Apocalipsis. ¿Y tú?