23 agosto | Jóvenes
«Orad sin cesar» (1 Tes. 5: 17).
Algunas personas piensan que la oración es una colección de frases elaboradas o una recitación de rezos cargados de peticiones egoístas. ¡Qué bien se nos da pedirle cosas a Dios! Tratamos al Creador del universo como si fuera un «genio de la lámpara» o incluso un paraguas, algo que buscamos solo cuando hay un deseo insatisfecho o cuando surge una necesidad. Pero Dios no quiere ser manipulado. Él simplemente quiere ser el Dios de nuestra vida.
Necesitamos comprender que la oración es una conversación con Dios, un momento en el cual exponemos quiénes somos de verdad, sin máscaras, vergüenza ni timidez. Cuando abrimos nuestro corazón al Señor de la misma manera en la que lo hacemos con un amigo, liberamos la ansiedad y nuestro corazón comienza a latir al mismo ritmo que el corazón de Dios. La oración es capaz de regular nuestros pensamientos, aliviar la presión y traer paz al alma. Como dice la canción, «orar a Dios hace bien al alma. Hablar con Dios me satisface».
La oración es un acto de fe, a veces similar a «aventurarse en la oscuridad». Y es que también podemos experimentar el silencio de Dios. ¿Te ha pasado esto? ¿Has orado y sentido que tu oración no llegó más allá del techo? Aun si esto te sucediera, puedes estar seguro de que Dios está a tu lado. Incluso el silencio de Dios es una respuesta y, por lo general, significa: «¡Sigue confiando! Estoy al control de tu vida».
Recuerdo cuando mis hijos eran pequeños. Después de largos viajes con el grupo musical Arautos do Rei, cuando volvía a casa, Miguel y Rafael corrían hacia mí agitando los brazos. Antes de que me acercara, ya querían saltar sobre mí. «¡Papá, dame un abrazo!». ¡Qué hermoso era sentir esos abrazos! Y teníamos un acuerdo: antes de entregarles el regalito del viaje, siempre había un momento de conversación. Después de todo, quería demostrarles que lo más importante no era el regalo, sino la presencia de papá.
Dios es un Padre lleno de amor que desea relacionarse contigo. Está ansioso por escuchar tu voz. Después de todo, él te echa mucho de menos. Quiere saber cómo te ha ido el día, conocer tus tristezas y también tus alegrías. ¿Por qué no hablas más con él? Ábrele tu corazón a Dios. Él quiere ser tu mejor amigo. Está ahí, a tu lado, esperando solo el murmullo de una oración.