27 agosto | Jóvenes
«Por tanto, el Hijo del hombre es Señor aun del sábado» (Mar. 2: 28).
Cada día especial tiene un propósito. El Día de la Madre es para homenajear a las madres, el Día del Padre es para honrar a los padres, el Día del Niño es para alegrar a los niños, y el Día de los Enamorados es para acelerar los corazones de quienes se encuentran en ese estado afectivo. De manera similar, el día de Dios no nos pertenece, es suyo. No debería dedicarse a lo que se ajusta a mi agenda, sino consagrarse a la de Dios. No seguirá mis horarios, sino los suyos. Pregúntate a ti mismo: Si fueras Dios y hubieras separado un día para encontrarte con tus hijos, ¿faltarías a esa cita? ¿Llegarías tarde? ¿Dejarías de asistir porque está lloviendo? ¿Optarías por quedarte en la cama más tiempo? ¿Preferirías ir a la playa, estudiar para un examen, hacer compras o visitar a un amigo? Probablemente no. Nuestra imperfección humana explica algunas de nuestras fallas, pero no justifica nuestra falta de compromiso con lo que decimos que es importante para nosotros.
Tras conocer a Dida, en el interior de Bahía, aceptó el estudio bíblico que le ofrecí. Interesado e inteligente, aprendió todo lo que pudo sobre Jesús. Quiso unirse a la iglesia y comenzó a entregar el diezmo y ofrendas espontáneamente, pero se detuvo cuando llegamos a la lección que trataba sobre la observancia del sábado. Dida aceptó el mensaje en teoría, pero temió ponerlo en práctica. Siendo dueño de una de las pocas peluquerías de la ciudad, no quería perder clientes. Así que, por un tiempo, cerró el establecimiento solo los viernes por la noche. Observó si los ingresos disminuían y solo después decidió cerrar los sábados por la mañana. Finalmente, dedicó todo el sábado a Dios y, emocionado, me dio la noticia: «No perdí dinero ni clientes. Ahora gano aún más que antes». Puso a Dios a prueba y sacó sus propias conclusiones.
Dios acepta nuestras pequeñas demostraciones de amor no porque él las necesite sino porque las interpreta como una manifestación de nuestro deseo de servirlo y amarlo. Cuando le das un pedacito de tu vida, por pequeño que sea, transforma tu nada en todo. Dios te eleva a las alturas. Te saca de la condición de forastero impenitente y te trata como un hijo fiel. ¿Entiendes por qué el sábado es importante? Ante todo, porque es su día, creado por él para relacionarse con nosotros. Dios utilizará este breve momento separado del resto de tu semana para bendecirte y prepararte para que puedas estar presente el día en el que este encuentro sea para siempre. Yo quiero estar allí. ¿Y tú?