28 agosto | Jóvenes
«Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios» (Mat. 5: 8).
Básicamente, hay dos tipos de pureza: la interior y la exterior. La pureza interior tiene que ver con el corazón, es decir, se refiere a los pensamientos y sentimientos que decidimos tener. La exterior tiene que ver con nuestro comportamiento: cosas que hacemos o dejamos de hacer por elección personal.
Pablo escribe: «Pero fornicación y toda impureza o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos» (Efe. 5: 3).
La impureza es como un veneno. Basta una pequeña dosis para matar tu relación con Dios y con los demás. Si la pureza exterior es lo que las personas ven, la interior es una cuestión entre tú y Dios. La pureza interior es lo que piensas y sientes, lo que sucede en el corazón. La exterior es el resultado de lo que sucede en el interior. Jesús advirtió que «del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias» (Mat. 15: 19). El comportamiento es impuro porque el corazón es impuro. Antes de preocuparnos por el exterior, debemos preocuparnos por el estado de nuestro corazón.
Un niño regresó de la escuela, dejó su material en la habitación y fue a lavarse las manos. La madre anunció que el almuerzo estaba listo y, sin que ella lo pidiera, él volvió a lavarse las manos. La familia se sentó alrededor de la mesa y el padre oró agradeciendo por la comida. Después de la oración, el niño corrió al baño y se lavó las manos de nuevo. La madre ya estaba intrigada por el comportamiento del hijo, pero no dijo nada.
En medio de la comida, el niño se levantó una vez más y fue a lavarse las manos. La madre preguntó: «¿Qué pasa? ¿Por qué te lavas las manos tantas veces?». El niño contó que había peleado con un compañero en la escuela. La maestra los separó, los reprendió y les mostró un texto bíblico: «Y el puro de manos aumentará su fuerza» (Job 17: 9).
Podemos reírnos de la ingenuidad infantil, pero no debemos olvidar que las manos limpias provienen de un corazón puro. El joven que alberga un corazón puro tiene pensamientos puros, sus actitudes son puras, sus palabras son puras, su noviazgo es puro, sus intenciones son puras.
Permite que Dios transforme tu corazón, y así serás puro por dentro y por fuera.