2 septiembre | Jóvenes
«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mat. 11: 28).
Después de la pandemia de Covid-19, el mundo se volvió más polarizado, intolerante, híbrido; un mundo en el que lo que consideramos real se ha confundido cada vez más con lo virtual. Las personas se han aislado más, y se han vuelto más propensas a la fatiga y la depresión. Esta realidad llevó al filósofo surcoreano Byung-Chul Han a definir la actual comunidad global como «la sociedad del cansancio».
Según Han, las personas buscan cada vez más las «no cosas». Internet prometía una mayor integración, pero los individuos están más obsesionados consigo mismos. La vida se ha convertido en un gran juego, una competencia que no da tregua. En las redes sociales proliferan el narcisismo y el exhibicionismo, mientras que el otro se ha vuelto objeto de consumo.
Según Han, el teléfono móvil dejó de ser una herramienta y se convirtió en un artículo de culto. Es el nuevo rosario, e Internet el nuevo templo, donde cada «Me gusta» es un «Amén». El problema es que en este «templo» no hay pausas. Todo ocurre aceleradamente y se desvanece enseguida, ya que el único propósito es estimular el campo perceptivo. Internet es el reflejo de en qué se ha convertido nuestra vida, y el mundo se ha vuelto un reflejo de la propia persona.
¿Cómo puede vivir un joven cristiano en este contexto? El apóstol Pablo responde: «No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento» (Rom. 12: 2). El salmista también aconseja: «¿Con qué limpiará el joven su camino? ¡Con guardar tu palabra!» (Sal. 119: 9).
Elena G. White también ofrece un buen consejo: «Jóvenes amigos, […] la razón de la inquietud de ustedes es que no acuden en busca de la felicidad a la única fuente verdadera. Están siempre procurando encontrar fuera de Cristo el gozo que únicamente se encuentra en él. […] Los jóvenes necesitan precisamente lo que no tienen; esto es, religión» (Mensajes para los jóvenes, pág. 271-272).
No es pecado participar en una red social y mucho menos tener un smartphone. El problema es si estas cosas te están atrapando. ¿Cuánto tiempo al día pasas mirando novedades en Internet? ¿Qué prefieres: ver vídeos u orar? Revisa tus prioridades. Dios debe ser el primero en tu corazón.