4 septiembre | Jóvenes
«El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda» (Mat. 18: 27).
La parábola del deudor despiadado es un auténtico tratado sobre el perdón. Jesús la contó en respuesta a la pregunta de Simón Pedro: «Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano cuando peque contra mí? ¿Hasta siete veces?» (Mat. 18: 21). Jesús enseñó que el perdón no es solo cuestión de cantidad, sino de calidad: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete» (vers. 22). En otras palabras, Cristo dijo: «Perdona como yo perdono». Estas son las «matemáticas del cielo».
En la historia contada por Jesús, Dios está representado por un rey que llama a sus siervos para hacer cuentas. Uno de ellos le debía diez mil talentos. Para hacernos una idea, un talento equivalía a más de dieciséis años de trabajo de una persona común. Haciendo el cálculo, descubrimos que la deuda de ese siervo era de más de ciento sesenta mil años de trabajo, es decir, ¡un valor impagable! El rey, entonces, se compadeció y perdonó la deuda.
Este valor exorbitante representa nuestra «ficha» ante Dios. Somos pecadores y merecemos la muerte eterna. Pero la buena noticia es que Cristo perdona a aquellos que confiesan y abandonan sus errores. No importa el tamaño de nuestros pecados, porque «él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia» (1 Juan 1: 9).
Sin embargo, la historia no termina ahí. Ese siervo perdonado no fue capaz de otorgarle el perdón a uno de sus compañeros, alguien que le debía solo cien denarios (aproximadamente tres meses de trabajo). Lo agarró por el cuello y lo arrojó a la prisión hasta que pagara la deuda.
Finalmente, el rey se enteró. Muy enojado, hizo llamar al siervo y, en lugar de perdón, le ofreció justicia: tomó la misma medida de enviarlo a prisión hasta que pagara toda la deuda.
La lección de Cristo es clara: así como Dios nos perdonó, debemos perdonar a nuestros semejantes. ¿Qué han hecho las personas en tu contra? ¿Te difamaron? ¿Te traicionaron? A los ojos del Rey, su deuda es exponencialmente menor que tu deuda con Dios. Por lo tanto, el «perdón» no tiene que ver con lo que los demás te hayan hecho. El perdón tiene que ver con lo que Dios ha hecho por ti. Ve y transfiere la gracia que has recibido.