5 septiembre | Jóvenes
«Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así» (Mat. 19: 8).
Entender la perspectiva de los demás no siempre es fácil. Requiere mucha creatividad, inteligencia, disposición y empatía. El precio es tan alto que la mayoría de nosotros no quiere ni siquiera intentarlo. Sin embargo, esa parece ser la esencia de Dios. De lo contrario, ¿por qué el Señor habría venido a la tierra en forma humana? De esta increíble manera decidió ponerse en nuestro lugar. Al hacerlo, pagó un alto precio: nació de mujer, creció en un lugar pobre, fue despreciado por muchos y tentado en todas las cosas, similar a nosotros. Aun así, fue obediente hasta la muerte, y muerte en la cruz.
Ahora, observa que incluso en asuntos comunes, Jesús era empático. Al dialogar con sus interlocutores, se colocaba en la posición del otro en un intento de comprender las cosas desde el punto de vista de esa persona. La actitud de Jesús nunca fue egocéntrica o amarga, a diferencia de algunos de aquellos que solían interrogarlo. Esto ocurrió, por ejemplo, en la disputa sobre la cuestión del divorcio. Para algunos fariseos, el marido podía, por derecho, abandonar a su esposa por cualquier fallo que ella cometiera. Si él lo hiciera, estaría respaldado por la «ley de Moisés».
Jesús desmontó estos argumentos con maestría y tacto. Enfrentó a los adversarios en su propio terreno, con la misma lógica y base que usaron ellos, pero llegó a una conclusión diferente. Observa que la palabra «principio» aparece dos veces en el discurso de Jesús (vers. 4, 8). ¡Esto es crucial! Explicaré por qué. Era costumbre de los intelectuales de la época refutar un texto citando otro más antiguo. Por eso, los fariseos citan el libro de Éxodo; Jesús cita el Génesis. Los oponentes invocan la interpretación de una ley del Sinaí; Jesús retrocede hasta las instrucciones del Edén. ¡En esta batalla de titanes, Jesús finalmente sale victorioso!
El psicólogo estadounidense Carl Rogers enseñó que es esencial comprender bien la posición del otro para poder dar una respuesta persuasiva y refutar sus razones de manera empática y respetuosa, sin indisponerse ni crear conflictos innecesarios. Este es el llamado «argumento rogeriano». Sin embargo, antes de Rogers, Jesús ya nos había enseñado esto con su propio ejemplo.
Cuando te involucres en una discusión o debate, recuerda el ejemplo que Cristo nos dejó. Escucha para entender adecuadamente la posición del otro y, cuando respondas, hazlo con tacto, espíritu cristiano y respeto. ¡Quien saldrá ganando serás tú!